REFLEXIONES

¡Bendito Señor Jesús! tu Iglesia encuentra motivos para alabarte, porque con misericordia velar por tu pueblo y considerar sus intereses como los tuyos. Con mucha dulzura manifestaste este amor tuyo, al recomendar a Juan que midiera el templo y el altar y a los que en él adoran. Seguramente, Señor, si a Juan se le enseñó así a conocer las dimensiones de tu Iglesia y de tu pueblo; Jesús quiso decir; que él mismo, sabe todo lo que les concierne, el pensamiento de esto es; suficiente, en el peor de los tiempos, para consolar a tu elegido.

Es cierto, Señor, tus testigos están vestidos de cilicio en la hora presente. Las aguas del santuario se están agotando. Pero el Señor conoce a los que son suyos. En las estaciones más oscuras, Jesús tiene una simiente para servirle, una generación para llamarlo bienaventurado.

¡Señor! prepara tu Iglesia para el tiempo terrible, cuando tus testigos sean muertos. ¡Oh! Mantén a tu Iglesia, en cada caso individual de sus verdaderos miembros, alejada del espíritu complaciente de la actualidad. ¡Oh! por tu gracia, glorioso Señor, para soportar el torrente que corre por esta tierra, mezclarte con las naciones y aprender sus obras. Continúa con tu escogido, a través de todo lo que queda por realizar, bajo la segunda trompeta de ay de tus consejos.

Y apresura, a tu debido tiempo, ese bendito sonido que revive el alma, que provocará grandes voces en el cielo y los gritos de tus redimidos sobre la tierra. Aunque tanto el escritor como el lector actual de esta débil labor, no estén vivos para saludar tu venida; sin embargo, todos tus fieles ahora en gracia, por fe participan en esa gloria, que entonces será revelada, cuando vengas a ser glorificado en tus santos, y admirado en todos los que creen. Amén.

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