Estas palabras son tan horribles como confortables las anteriores. Pero la experiencia de cada día demuestra que uno es tan seguro como el otro. Cuando los juicios y castigos de Dios no se suavizan, se endurecen. El mismo calor que derrite la cera hace que la arcilla se vuelva pétrea. ¡Pobre de mí! el corazón que permanece endurecido ante los llamados de la gracia, aumentará en obstinación y, como la pezuña del caballo, con el paso de los años, se volverá más insensible. Bien que todos clamen, en la oración de la Iglesia: ¡De toda ceguera de corazón, buen Señor, líbranos!

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