REFLEXIONES

¡LECTOR! mientras contemplamos, a partir de la lectura de este capítulo, el estado bajo y deprimido de nuestra naturaleza caída, nacida para problemas, pero de corta duración; y aunque tal punto de vista tiende, bajo la enseñanza divina, a inducir todo ese estado de ánimo adecuado y apropiado que pertenece a criaturas pecaminosas, moribundas y moribundas, pasemos la hoja del capítulo también a esa parte interesante de él, y leamos ese DIOS-hombre, que, para redimir nuestra naturaleza de esas circunstancias arruinadas, condescendió a nacer de mujer, y ser también de unos pocos días en la tierra, y esos días llenos de angustia.

De hecho, todos los dolores del estado humano se reducen a nada, en comparación con los dolores de JESÚS, con los que fue afligido cuando fue nuestro Fiador, y cuando el SEÑOR lo afligió en el día de su ira. Cargó con nuestros pecados; fue hecho maldición, contado engañador, blasfemo, diablo, no, príncipe de los demonios, cuando en el mismo momento su alma santa no conoció pecado, y en su boca no había engaño.

Desde la primera asunción de nuestra naturaleza, JESÚS quedó sujeto a los mismos sentimientos. Se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, la muerte de cruz: y todas las miserias relacionadas con la vida del hombre, el bendito JESÚS llevó. Bebió profundamente de esa copa, la copa del temblor, y soportó una contradicción de los pecadores contra sí mismo, en comparación con la cual no se puede mencionar toda la crueldad de los amigos de Job.

Los reproches de los que me reprochaban (dice JESÚS, hablando de las blasfemias de los hombres contra DIOS), han caído sobre mí. Y si el profeta Jeremías, bajo las persecuciones que sufrió, gritara: ¡Ay de mí, mi madre me ha dado a luz a toda la tierra como hombre de contienda, qué podría haber dicho el SEÑOR JESÚS acerca de la oposición que encontró de todas partes! !

¡Oh bendito JESÚS! Que sea mi consuelo, en cada pequeño ejercicio al que te place llamarme, en la contemplación de tus inigualables dolores, perder de vista el mío. Y que forme una de mis horas más santificadas el estar siguiendo tus pasos hacia el jardín y hacia la cruz. Allí pueda estar mirando a JESÚS, allí veré a mi SEÑOR, y desde ese punto de vista tomaré instrucción. Y mientras veo tu agonía y sudor sangriento, escucho tus dolorosos llantos, y contempla tu amor que permanece firme e inquebrantable para tus redimidos; ¡Oh! Que tu ESPÍRITU SANTO guíe todo mi corazón y mi alma en todos los fervientes afectos del amor y la adoración.

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