Luego, habiendo sido liberados del pecado, se convirtieron en siervos de la justicia. (19) Hablo a la manera de los hombres a causa de la flaqueza de vuestra carne, porque como habéis entregado vuestros miembros a la inmundicia y a la iniquidad para la iniquidad; así también, entregue ahora a sus miembros siervos de la justicia para la santidad. (20) Porque cuando erais esclavos del pecado, estabais libres de la justicia. (21) ¿Qué fruto, pues, teníais de aquellas cosas de las que ahora os avergonzáis? porque el fin de esas cosas es la muerte.

(22) Pero ahora, habiendo sido liberados del pecado y convertidos en siervos de Dios, tendréis vuestro fruto para santidad y el fin de la vida eterna. (23) Porque la paga del pecado es muerte; pero la dádiva de Dios es vida eterna por medio de Jesucristo nuestro Señor.

¡Lector! cuando el Apóstol dice, como en el comienzo de estos versículos: Habiendo sido liberados del pecado, habéis llegado a ser siervos de la justicia; debemos tener cuidado de no llevar el sentido demasiado lejos. Tú y yo no estamos completamente libres de pecado. Tan lejos de eso, que es mi constante dolor, que soy tanto el sujeto del pecado. Sé, siento, llevo conmigo un cuerpo de pecado y muerte. En pensamientos, palabras y acciones, ¿con qué frecuencia siento la obra del pecado en mi naturaleza?

Y, tan poco me he convertido en un siervo de la justicia, que mi queja diaria al final del día es, cuán poco he vivido para la gloria divina. Pero el Apóstol no quiere decir, por la libertad del pecado en un caso, o el siervo de la justicia en el otro, un estado de perfecta santidad ante Dios. Todo lo que se pretende de las palabras del Apóstol es que, en virtud de la redención en Cristo, su pueblo es liberado del poder condenador del pecado y es llevado a la gloriosa libertad de los hijos de Dios.

Y como tales, tienen su fruto, es decir, los efectos benditos de la redención de Cristo a la santidad, la santidad de Dios nuestro Salvador, de ellos en virtud de la unión y comunión con Él; y el fin de la vida eterna. Gracia aquí, una garantía segura de gloria en el más allá.

Y admiro la manera muy llamativa en que el Apóstol resume el Capítulo, al trazar la distinción bonita, pero adecuada, entre el pecado, en sus consecuencias finales; y justicia en Cristo, como la porción del creyente para siempre. El Apóstol llama al fin de la paga por el pecado, y declara que esa paga es muerte. Porque, como un siervo hace convenio con su amo, para recibir salario al final de su labor: Así, el pecador como verdaderamente hace convenio de recibir la muerte, que es su justa paga, cuando al morir se presenta ante el tribunal de Cristo.

Pero, el Apóstol varía la expresión con respecto a los siervos fieles del Señor, al describir la vida eterna, que sucederá a la vida presente. No lo llama salario, sino dádiva, porque no se gana, sino que se da. No la demanda de méritos, sino la bendición de la gracia; el acto libre, voluntario y misericordioso del Señor, como su regalo. El don de Dios, que es vida eterna, por Jesucristo nuestro Señor, ¡gracias a Dios por su don inefable!

Continúa después de la publicidad
Continúa después de la publicidad