REFLEXIONES

¡Lector! aprendamos ambos de este capítulo bendito, cómo responder al carácter, de toda descripción, que se aventura, desde el orgullo o la corrupción de su corazón, a cargar la doctrina de la gracia gratuita con una tendencia a una vida impía. Seguramente, los motivos de una conversación recta y concienzuda nunca se hallaron en el menos poderoso o persuasivo del alma, hasta que se los trajo al alma, en la muerte de Cristo.

Y el hijo de Dios, que murió con Cristo, bautizado en Cristo y sepultado con Cristo en su muerte; no puede sino sentir del Espíritu Santo, una conformidad implantada a la semejanza de Cristo, para ser parte de Cristo en su resurrección y caminar en una vida nueva. Y, ¿qué dominio tendrá el pecado sobre esa alma en quien mora el Espíritu Santo, para que el cuerpo del pecado sea destruido, para que de ahora en adelante no sirvamos al pecado? ¿Qué tenderá a mortificar las obras del cuerpo, sino vivir en el Espíritu y caminar en el Espíritu? ¡Bendito Espíritu de santidad! da así gracia para vivir y caminar, para que podamos manifestar a todos los que contradicen, tu pueblo está muerto al pecado y no puede vivir más en él.

Pero ¡oh! ¡Tú, precioso Señor Jesús! mientras busca diariamente, cada hora, la gracia del Espíritu Santo, para adornar la doctrina de Dios mi Salvador, en todas las cosas: nunca, nunca, ni por un momento podrá mi alma olvidar que la totalidad y cada parte de la obra de redención, y tuya es la gloria de la redención. Agradezca a Dios que fuimos siervos del pecado. Y que toda la Iglesia, tanto en el cielo como en la tierra, sea sacada de este estado de prisión, es todo por gracia.

¡Y tú, amado Señor, hazme tener mi redención por ti, siempre en recuerdo! Que mi alma se humille cada vez más hasta el polvo delante de ti, para que mi Dios y Salvador sea cada vez más exaltado. A través de la vida, en la muerte y para siempre, sea mi gozo reconocer que no puede haber salario mío, sino la paga del pecado, que es muerte; y todo lo que el Señor concede, incluso la vida eterna, con todos sus preliminares, sólo puede sea ​​el libre, el soberano, el don inmerecido de Dios, por Jesucristo nuestro Señor.

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