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El Señor da la palabra, y una gran hueste de mujeres anuncia la buena nueva:
             
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“¡Huyen, huyen los reyes de los ejércitos!”. Y en casa las mujeres reparten el botín.
             
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Aunque se recostaban entre los rediles, las alas de la paloma se cubrieron de plata, y sus plumas con la amarillez del oro.
             
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Cuando el Todopoderoso esparció allí a los reyes el monte Salmón se cubrió de nieve.
             
            
    
    
    
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