Y dijo Jeroboam a su mujer: Levántate, te ruego, y disfrázate, para que no se sepa que eres la mujer de Jeroboam, y vete a Silo; he aquí el profeta Ahías, que me dijo que yo debía ser rey sobre este pueblo.

Jeroboam dijo a su esposa: Levántate... disfrázate. Se ve aquí su natural e intensa ansiedad de padre, mezclada con la profunda y artera política de un rey apóstata. La razón de su extrema cautela era no querer reconocer que buscaba información sobre el futuro, no en ninguno de los profetas de Betel, sino en un profeta independiente del Dios verdadero; un temor de que este paso, si se conocía públicamente, podría poner en peligro la estabilidad de todo su sistema político; y una fuerte impresión de que Ahijah, que estaba muy ofendido con él, si lo consultaba abiertamente, lo insultaría o se negaría a recibirlo.

Por estas razones, eligió a su esposa como la más adecuada desde todos los puntos de vista para una misión tan secreta y confidencial, pero le recomendó que asumiera la vestimenta y los modales de una campesina. ¡Extraña infatuación! Suponer que el Dios que podía revelar el futuro no podía penetrar un endeble disfraz.

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