Aquel día, los hombres de Israel estaban angustiados, porque Saúl había conjurado al pueblo, diciendo: Maldito sea el hombre que coma cualquier alimento hasta la noche, para que yo me vengue de mis enemigos. Así que nadie del pueblo probó alimento alguno.

Saúl había conjurado al pueblo. Temiendo que se perdiera una oportunidad tan valiosa de humillar eficazmente al poderío filisteo, el impetuoso rey anatematizó a cualquiera que probara alimento hasta la noche. Esta imprudente y necia denuncia afligió al pueblo, impidiéndole tomar los refrigerios que pudiera conseguir en la marcha, y obstaculizó materialmente el logro de su propio objetivo patriótico.

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