Si un hombre tiene un hijo terco y rebelde, que no obedece la voz de su padre, o la voz de su madre, y que, cuando lo han castigado, no los escucha:

Si un hombre tiene un hijo terco y rebelde. En este caso se promulgó una ley severa. Los padres hebreos no estaban, como entre los griegos y los romanos, investidos con el poder de la vida y la muerte de sus hijos; pero aun así tenían, además de la natural, una autoridad legal sobre ellos. En caso de "un hijo obstinado y rebelde", es decir, uno cuya insubordinación y violencia peligrosa era el resultado de un despilfarro imprudente y confirmado- la ley preveía un remedio.

Pero, en primer lugar, debían haber agotado todos los medios de insistencia y exhortación. Ellos mismos debían convertirse en fiscales, y se requería el consentimiento de ambos padres para evitar cualquier abuso; pues era razonable suponer que ambos no estarían de acuerdo con una información criminal contra su hijo, salvo por absoluta necesidad, derivada de su inveterada e irremediable maldad; y desde ese punto de vista la ley era sabia y saludable, ya que tal persona sería una plaga y una molestia para la sociedad. El castigo era aquel al que estaban condenados los blasfemos, pues los padres son considerados representantes de Dios y están investidos de una parte de su autoridad sobre sus hijos.

En toda la historia de Israel no hay ni un solo caso de aplicación de esta ley, y la deducción justificada es que el legislador demostró su sabiduría al establecer un estatuto que ejercía una influencia indirecta pero poderosa para remediar el mal, ya sea llevando a los padres a tener un cuidado especial en la crianza de sus hijos, o bien impulsando el afecto natural para llevar la longanimidad hasta el máximo extremo, antes de que se apelara a un tribunal público. (Véase un ejemplo de Herodes el Grande que se aprovechó de esta ley contra dos de sus hijos ante los jueces de Beret, Josefo, "Antigüedades", b. 16:, cap. 11:, sec. 2.)

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