Pero no les hablaba sin parábolas; y estando solos, les explicaba todas las cosas a sus discípulos.

Pero sin parábolas no les hablaba. 

Y cuando estuvieron solos, explicó todas las cosas a sus discípulos. 

Observaciones:

(1) En la parábola del sembrador, tenemos una ilustración del principio de que las parábolas de nuestro Señor ilustran solo ciertas características de un tema, y ​​que aunque se pueden agregar otras como accesorias y subsidiarias, no se deben sacar conclusiones en cuanto a esas características del sujeto que no están en la parábola en absoluto. (Ver la nota en,Mateo: 25:1, donde, aunque el tema en ambos es un matrimonio, la Esposa no aparece en ninguno. ) Así, el único punto en esta parábola es la diversidad de los suelos, como afectando el resultado de la siembra. Para hacer esto más claro, se supone aquí que el sembrador y la semilla son lo mismo en todos. Pero si uno se refiriera a partir de esto que el predicador y su doctrina no son de importancia, o de menor importancia que el estado del corazón sobre el cual se posa la palabra, caería en ese estilo espurio de interpretación que ha extraviado a no pocos.

(2) Tal vez el propio ministerio de nuestro Señor proporcione la ilustración más sorprendente de esta Parábola del Sembrador. Miren primero a Corazín, Betsaida, Capernaum, Jerusalén: ¡qué duro camino presentaron a la preciosa semilla que cayó en él, sin producir, con pocas excepciones, no sólo ningún fruto, sino ni siquiera una brizna verde! Volvamos a aquel que le dijo: "Señor, te seguiré adondequiera que vayas", y a las multitudes que le siguieron con asombro y le escucharon con gozo, y echaron su suerte con Él, hasta que la severidad inflexible de Su enseñanza, o las privaciones y el obloquio que tuvieron que sufrir, o la perspectiva de un conflicto mortal con el mundo, les hicieron tropezar, y entonces volvieron atrás y no caminaron más con Él: éste era el terreno rocoso. En cuanto al terreno espinoso - no duro, como el borde del camino; ni superficial, como el pedregal; sino lo bastante blando y profundo; en el cual, por tanto, brotó la buena semilla, y prometió fruto, y habría madurado de no ser por las espinas que se permitió que brotaran y ahogaran la planta-, esta clase de oyentes apenas tuvo tiempo de desarrollarse antes de que el Señor mismo les fuera arrebatado. Pero Judas, en la medida en que era tan buen discípulo como para ser incluido en el número de los Doce, y salió con el resto de los apóstoles en su gira de predicación, y en todas las demás cosas actuó tan fielmente a todas las apariencias como para no inspirar sospecha de su falso corazón hasta la misma noche de su traición, tal vez pueda ser considerado como uno de una clase que, de no ser por uno o más pecados predominantes, acariciados hasta que se vuelven resistentes, habrían dado fruto para la vida eterna. Había muy pocos corazones honestos y buenos para alegrar el corazón del Gran Sembrador.

Pero los Once eran ciertamente tales, y todos los que le recibieron, a los cuales dio potestad de ser hechos hijos de Dios"; y a ellos se dignó llamar "su hermano, su hermana y su madre". En cuanto a la diversa fecundidad de éstos, Pedro y Juan podrían quizás ser tomados como ejemplos de los "algunos que dieron a luz cien veces más"; Andrés, y Natanael (o Bartolomé), y Mateo, y Tomás, y puede ser que otros, sesenta veces más; y el resto treinta veces más. Pero de edad en edad se desarrollan estos caracteres diversificados; y unos más en una, otros en otra. Hay períodos de tal muerte espiritual en la Iglesia, que todo su territorio presenta al ojo espiritual el aspecto de un vasto camino, con sólo aquí y allá, a grandes distancias, una mancha verde. Hay períodos de intensa excitación religiosa, en los cuales, como si todo fuera terreno rocoso, el corazón del sembrador se alegra por el rápido brotar de una inmensa extensión de hermosa "hierba" verde, como si estuviera a punto de amanecer el Día Postrero de la conversión universal al Señor; y una buena porción de ella llega a "espiga", pero del "grano lleno en la espiga", apenas hay algo para recompensar el trabajo del segador. Y hay períodos de alta creencia ortodoxa, de justa profesión religiosa y de cristianismo exterior universalmente correcto, en los cuales la búsqueda absorbente de la riqueza en los caminos de la industria incansable, y las indulgencias carnales a las que la prosperidad exterior contribuye, matan de hambre al alma y no permiten que el fruto espiritual llegue "a la perfección". Estos son los períodos de terreno espinoso. ¿Ha habido períodos de buena tierra? En un sentido parcial ciertamente los ha habido; pero en gran escala es más bien de esperarse en los tiempos de refrigerio que están viniendo sobre la tierra, en vez de referirse a ellos como un hecho experimentado. Tal vez cada congregación proporcione algo de todas estas clases; pero ¡ojalá pudiéramos ver más de la última!

(3) ¡Qué estímulo no puede obtenerse de la parábola del crecimiento imperceptible de la buena semilla! Es lento; es gradual; es invisible tanto en el reino natural como en el espiritual. De ahí la sabiduría de la siembra temprana, la larga paciencia y la alegre expectativa.

(4) La predicación ilustrativa tiene aquí el ejemplo más alto. No más atractivo que instructivo es este estilo de predicación; y las parábolas de nuestro Señor son modelos incomparables de ambos. Si existe tal cosa en la perfección como "manzanas de oro en un marco de plata", estas son. Es cierto que para sobresalir en este estilo se requiere una capacidad original, de la que no está dotado todo predicador. Pero la observación sistemática de la naturaleza y de la vida humana, con referencia continua a las cosas espirituales, hará mucho para ayudar a los más ineptos, mientras que las fantasías exuberantes, que son aptas para dominar con sus ilustraciones la cosa ilustrada, tienen mucha necesidad de poda. Para ambas clases de mente, el estudio cuidadoso de esa gran sencillez y libertad, frescura y elegancia, y cualquier otra cosa que se combine para hacer que las parábolas de nuestro Señor sean indescriptiblemente perfectas, tanto en las verdades que transmiten como en la forma de transmitirlas, sería ser un ejercicio fructífero.

(5) El mandato de prestar atención a lo que oímos debe tomarse como una sugerencia suplementaria a la parábola del sembrador, y precisamente por eso es más digno de atención. Porque como la calidad de la semilla sembrada no tenía nada que ver con el diseño de esa parábola, suponiéndose en todos los casos que era buena semilla, una advertencia adicional para mirar bien "lo que" escuchamos, así como "cómo", "debe haber tenido la intención de enseñarnos que, de hecho, la doctrina enseñada requiere tanta atención como el estado de ánimo adecuado para escucharla. Porque con respecto a ambos, "la palabra que oímos, ella nos juzgará en el último día".  El tiempo de esta sección está marcado muy definitivamente por nuestro evangelista, y solo por él, en las palabras de apertura.

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