Romanos 16:1-27

1 Les recomiendo a nuestra hermana Febe, diaconisa de la iglesia que está en Cencrea,

2 para que la reciban en el Señor como es digno de los santos, y que la ayuden en cualquier cosa que sea necesaria; porque ella ha ayudado a muchos, incluso a mí mismo.

3 Saluden a Priscila y a Aquilas, mis colaboradores en Cristo Jesús,

4 que expusieron sus cuellos por mi vida, y a quienes estoy agradecido, no solo yo sino también todas las iglesias de los gentiles.

5 Saluden también a la iglesia de su casa. Saluden a Epeneto, amado mío, que es uno de los primeros frutos de Asia en Cristo.

6 Saluden a María, quien ha trabajado arduamente entre ustedes.

7 Saluden a Andrónico y a Junias, mis parientes y compañeros de prisiones, quienes son muy estimados por los apóstoles y también fueron antes de mí en Cristo.

8 Saluden a Amplias, amado mío en el Señor.

9 Saluden a Urbano, nuestro colaborador en Cristo, y a Estaquis, amado mío.

10 Saluden a Apeles, aprobado en Cristo. Saluden a los de la casa de Aristóbulo.

11 Saluden a Herodión, mi pariente. Saluden a los de la casa de Narciso, los cuales están en el Señor.

12 Saluden a Trifena y a Trifosa, las cuales han trabajado arduamente en el Señor. Saluden a la amada Pérsida, quien ha trabajado mucho en el Señor.

13 Saluden a Rufo, el escogido en el Señor y a su madre, que también es la mía.

14 Saluden a Asíncrito, a Flegonte, a Hermas, a Patrobas, a Hermes y a los hermanos que están con ellos.

15 Saluden a Filólogo y a Julia, a Nereo y a la hermana de él, a Olimpas y a todos los santos que están con ellos.

16 Salúdense unos a otros con un beso santo. Les saludan todas las iglesias de Cristo.

17 Pero les ruego, hermanos, que se fijen en los que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina que han aprendido, y que se aparten de ellos.

18 Porque tales personas no sirven a Cristo nuestro Señor sino a sus propios estómagos, y con suaves palabras y lisonjas engañan a los corazones de los ingenuos.

19 Porque la obediencia de ustedes ha llegado a ser conocida de todos de modo que me gozo a causa de ustedes; pero quiero que sean sabios para el bien e inocentes para el mal.

20 Y el Dios de paz aplastará en breve a Satanás debajo de los pies de ustedes. La gracia de nuestro Señor Jesús sea con ustedes.

21 Les saludan Timoteo, mi colaborador, y Lucio, Jasón y Sosípater, mis parientes.

22 Yo Tercio, que he escrito la epístola, les saludo en el Señor.

23 Les saluda Gayo, hospedador mío y de toda la iglesia. Les saludan Erasto, tesorero de la ciudad, y el hermano Cuarto.

24 [1],

25 Y al que puede hacerles firmes — según mi evangelio y la predicación de Jesucristo, y según la revelación del misterio que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos

26 pero que ha sido manifestado ahora y que, por medio de las Escrituras proféticas y según el mandamiento del Dios eterno, se ha dado a conocer a todas las naciones para la obediencia de la fe — ,

27 al único sabio Dios, sea la gloria mediante Jesucristo para siempre. Amén.

CAPITULO 16

CONCLUSION. ABARCA VARIAS SALUTACIONES Y RECOMENDACIONES, Y LA ORACION DE CLAUSURA.

1. Encomiéndoos empero a Febe nuestra hermana, la cual es diaconisa de la iglesia que está en Cencreas—en la parte oriental de Corinto (Hechos 18:18). No hay razón para dudar que hubiera en las iglesias primitivas diaconisas que atendiesen las necesidades de las miembros. Por lo menos, allá por el reinado de Trajano, según nos informamos por la célebre carta de Plinio dirigida a aquel emperador—año 110, o 111 d. de C.—las había en las iglesias orientales. En efecto, a causa de la relación existente entonces entre los sexos opuestos, algo de esa suerte hubiera parecido ser una necesidad. Las tentativas modernas, sin embargo, por restablecer este oficio, pocas veces han resultado favorables; ya fuese debido al estado alterado de la sociedad o por el abuso del oficio, o por ambas razones.

2. Que la recibáis en el Señor—Esto es, como fiel discípula del Señor Jesús. como es digno a los santos—como los santos deben recibir a los santos. y que la ayudéis en cualquier cosa en que os hubiere menester—en cualquier negocio particular de ella. ha ayudado a muchos, y a mí mismo—Véase Salmo 41:1; 2 Timoteo 1:16.

3-5. Saludad a Priscila—La lección correcta es “Prisca,” como en 2 Timoteo 4:19, y es una forma contraída de Priscila, como “Silas” de “Silvano.” y a Aquila, mis coadjutores—Aquí se nombra la esposa antes del marido (como en Hebreos 18:18. y v. 26, según la lección correcta; también en 2 Timoteo 4:19), probablemente porque ella era más prominente y útil en la obra. pusieron sus cuellos—Esto es, arriesgaron la vida por Pablo en Corinto (Hechos 18:6, Hechos 18:9), o más probablemente en Efeso (Hechos 19:30; comp. 1 Corintios 15:32). Debieron haber regresado de Efeso, donde los vimos por última vez en la historia de Los Hechos, a Roma, de donde habían sido desterrados por el edicto de Claudio (Hechos 18:2); y eran, sin duda, si no los principales miembros de aquella comunidad cristiana, al menos los más queridos de nuestro apóstol. a los cuales no doy gracias yo solo, mas aun todas las iglesias de los Gentiles—a cuyo apóstol especial este querido matrimonio había salvado de peligro inminente.

5. Asimismo a la iglesia de su casa—La asamblea cristiana que se reunía regularmente allí para el culto. “Por su ocupación como fabricantes de tiendas, probablemetne tenían mejores comodidades para las reuniones de la iglesia que los demás cristianos.” [Hodge.] Es probable que este consagrado matrimonio había escrito al apóstol tocante a las reuniones regulares en su casa de tal manera que se sentía como uno de ellos. y por esto los incluía en sus salutaciones, las que sin duda serían leídas en las reuniones con especial interés. Saludad a Epeneto, amado mío, que es las primicias [mi primer convertido] de Acaya en Cristo—La lección correcta aquí, como aparece en los manuscritos, es: “las primicias de Asia para Cristo”—esto es, el Asia Proconsular (véase Hechos 16:6). En 1 Corintios 16:15 se dice que “la casa de Estéfanas era las primicias de Acaya;” y aunque Estéfanas fuese uno de dicha familia, pueden reconciliarse ambas declaraciones según el texto recibido, y no hay necesidad de invocar esta suposición, puesto que aquel texto en este caso está sin autoridad. Epeneto, como el primer creyente de la región llamada el Asia Proconsular, era querido al apóstol. Véase Oseas 9:10; y Miqueas 7:1. Ninguno de los nombres mencionados en los vv. 5 AL 15 son conocidos de otra manera. Uno se admira del número de ellos, puesto que el escritor nunca había estado en Roma. Pero como Roma era entonces el centro del mundo civilizado, a donde y de donde se viajaba hasta las partes más remotas, no hay gran dificultad en suponer que un misionero tan activo como Pablo, con el tiempo, sería conocedor de un número considerable de cristianos residentes en Roma.

6. Saludad a María, la cual ha trabajado mucho con [“por”] vosotros—se ocupaba, sin duda, en actividades propias de su sexo.

7. Saludad a Andrónico y a Junia—o posiblemente, “Junias,” forma contraída de “Junianus:” en este caso, es nombre de varón. Pero si, como es más probable, la palabra es, como en nuestra versión, “Junia,” la persona referida sería la esposa o la hermana de Andrónico. mis compañeros en la cautividad—En qué ocasión, es imposible decir, porque el apóstol en otra parte dice que estuvo en cárceles muchas veces (2 Corintios 11:23). los que son insignes entre los apóstoles—Los que opinan que aquí se usa la palabra “apóstoles” en un sentido indeterminado, como en los Hechos y las Epístolas, entienden que éstos eran dos “apóstoles renombrados” [Crisóstomo, Lutero, Calvino, Bengel, Olshausen, Tholuck, Alford, Jowett]; los que dudan que la palabra se aplique a otros fuera del círculo de los doce, salvo donde se emplea con el calificativo que indique el ser “enviado,” entienden que la expresión aquí usada significa “personas estimadas de los apóstoles.” [Beza, Grocio, de Wette, Meyer, Fritzsche, Stuart, Philippi. Hodge.] Por supuesto, si se entiende que “Junia” es mujer, este último debe ser el sentido de la frase. fueron antes de mí en Cristo—El apóstol escribe como si les envidiara esta prioridad en la fe. Y, por cierto, si el estar “en Cristo” es la condición humana más envidiable, con cuanta más anterioridad sea la fecha de esta bendita transacción, tanto mayor la gracia de ella. Este dicho acerca de Andrónico y Junia parece arrojar luz sobre el anterior. Muy posiblemente ellos habían sido de las primicias de las labores de Pedro, convertidos a Cristo o en el día de Pentecostés o en alguno de los días subsecuentes. En ese caso, puede ser que se hubiesen granjeado la estima especial de aquellos apóstoles que residían entonces en Jerusalén o en sus cercanías; y nuestro apóstol, aunque llegó a tener contacto con los demás apóstoles más tarde, conocedor de este hecho, hubiera tenido placer en hacer referencia a ello.

8. Saludad a Amplias—Forma contraída de “Ampliatus” (Ampliato). amado mío en el Señor—Una expresión cariñosa de afecto cristiano.

9, 10. Saludad a Urbano, nuestro ayudador—“colaborador”—en Cristo Jesús … a Apeles, probado en Cristo—o como diríamos: “el cristiano probado”. ¡Qué recomendación tan noble! Saludad a los que son de Aristóbulo—Parecería, por lo que se dice luego tocante a los cristianos que vivían en casa de Narciso, que este Aristóbulo mismo no era cristiano, sino que se hace referencia solamente a los de su casa, acaso a sus esclavos.

11. a Herodión, mi pariente—(nota, v. 7). a los que son de la casa de Narciso, los que están en el Señor—lo que infiere que otros de su casa, él mismo inclusive probablemente, no eran cristianos.

12. a Trifena y a Trifosa, las cuales trabajaban en el Señor—dos mujeres activas. a Pércida amada, la cual ha trabajado mucho en el Señor—Aquí se refiere, probablemente, no a servicios oficiales, como los que tocaban a las diaconisas, sino a servicios cristianos superiores—dentro de la competencia de la mujer—tales como los que Priscila prestó a Apolos y a otros (Hechos 18:18).

13. a Rufo [el], escogido en el Señor—Lo que significa, no “el que es elegido,” como lo es todo creyente, sino “el electo,” o “el precioso” en el Señor. (1 Pedro 2:4; Joel 1:13.) Leemos en Marco 15:21 que Simón de Cirene, a quien obligaron a llevar la cruz de nuestro Señor, era “el padre de Alejandro y de Rufo.” De esto concluímos naturalmente que, cuando Marcos escribió su Evangelio, Alejandro y Rufo eran cristianos bien conocidos entre aquellos que debieron ser los primeros en leer su evangelio. Con toda probabilidad, éste era el mismo Rufo, y en tal caso se aumenta nuestro interés por lo que se dice a continuación acerca de su madre. y a su madre y mía—El apóstol la llama “madre mía”, no tanto en el sentido en que el Señor llama madre suya a toda creyente anciana (Mateo 12:49), sino en grato reconocimiento de las atenciones maternales recibidas de parte de ella, motivadas sin duda por el amor que sentía hacia su Maestro y hacia los nobles siervos de su Señor. Nos parece a nosotros del todo probable que la conversión de Simón de Cirene databa de aquel día memorable cuando al pasar (casualmente), “viniendo del campo (Marco 15:21), le obligaron a llevar” la cruz del Salvador. ¡Dulce compulsión, si lo que él contempló entonces, contribuyó en su decisión para tomar voluntariamente su propia cruz! Es natural suponer que por su instrumentalidad, su esposa sería convertida, y que esta pareja creyente, ahora “herederos juntamente de la gracia de la vida” (1 Pedro 3:7), al narrar a sus dos hijos, Alejandro y Rufo, el honor que había sido conferido a su padre, sin saberlo, en aquella hora de tanta significación para todos los cristianos, serían bendecidos en llevarlos ambos a Cristo. En tal caso, suponiéndose que el hermano mayor ya había partido a estar con Cristo, o bien, que residía en alguna parte remota, y que Rufo quedaba solo con la madre, ¡qué instructivo y hermoso es el testimonio que aquí se da de ella!

14, 15. Saludad a Asíncrito, etc.—Se ha creído que éstos son nombres de cristianos menos notables que los ya nombrados. Pero apenas se aceptará esta suposición, sin que uno observe que están divididos en dos grupos de cinco cada uno, y que después del primer grupo se agrega: “a los hermanos que están con ellos,” mientras que después del segundo grupo tenemos estas palabras: “y a todos los santos que están con ellos.” Esto apenas significa que cada uno de los cinco hermanos de cada grupo tuviese “una iglesia en su casa;” de otro modo, se hubiera dicho más expresamente. Pero al menos parece indicar que la casa de cada uno de ellos era un centro en el cual se reunían unos pocos cristianos—acaso para instrucción, o para oración, o con propósitos misioneros, o para otros fines espirituales. Estas pequeñas ojeadas en las formas rudimentarias de confraternidad cristiana practicadas por los cristianos en las ciudades grandes, aunque no se basan sino en conjeturas, son singularmente interesantes. Nuestro apóstol, según parece, era informado minuciosamente en cuanto al estado de la iglesia romana, tanto acerca de sus miembros como de sus varias actividades, probablemente por medio de Priscila y Aquila.

16. Saludaos los unos a los otros con ósculo santo—Véase 1 Corintios 16:20; 1 Tesalonicenses 5:26; 1 Pedro 5:14. La costumbre prevalecía entre los judíos, y sin duda provino del Oriente, donde aún existe. Su adopción en las iglesias cristianas, como símbolo de una comunión superior a la que jamás se expresara antes, fué probablemente tan inmediata como fué natural. En este caso el deseo del apóstol parece ser que ellos, al recibir su epístola, con las salutaciones en ella encomendadas, testificasen expresamente de esta manera su afecto cristiano. Después llegó a tener un puesto fijo en el culto de la iglesia, inmediatamente después de la cena del Señor, y siguió en uso por mucho tiempo. No obstante, antes de adoptar tales prácticas, deben estudiarse las condiciones sociales, así como las peculiaridades de las diferentes regiones. Os saludan todas las iglesias de Cristo—Esta es la lección correcta; pero la palabra “todas” se vino omitiendo, porque probablemente parecía expresar más de lo que el apóstol osara afirmar. Pero parece significar solamente que el apóstol quería asegurar a los romanos en cuánta estimación afectuosa los tenían las iglesias en general; todas las que supieron que él estaba escribiendo a los romanos pidieron expresamente que sus propias salutaciones fuesen enviadas (véase v. 19).

17. Y os ruego hermanos, que miréis los que causan disensiones y escándalos contra la doctrina que vosotros habéis aprendido [“aprendisteis”]; y apartaos de ellos—Los fomentadores de “disenciones” a que aquí se hace referencia, probablemente eran aquellos que estaban en contra de las verdades enseñadas en la epístola; y los que causaban “escándalos,” o “disgustos,” eran probablemente los indicados en el cap. 14:15, quienes arrogantemente desdeñaban los prejuicios de los débiles. La instrucción en cuanto a aquéllos y éstos era que fuesen vigilados, en primer término, para prevenir el mal, y luego, que se apartasen de los tales (comp. 2 Tesalonicenses 3:6, 2 Tesalonicenses 3:14) para no tomar responsabilidad alguna por la conducta de ellos ni tampoco para parecer darles la menor aprobación.

18. Porque los tales no sirven … sino a sus vientres—No en el sentido más grosero, sino como “viviendo para las indignas finalidades propias” (comp. Filipenses 3:19). y con suaves palabras y bendiciones engañan los corazones de los simples—Es decir, de los imprudentes, los no suspicaces. Véase Proverbios 14:15.

19. Porque vuestra obediencia ha venido a ser notoria a todos; así que me gozo de vosotros; mas quiero que seáis sabios en [“para”] el bien, y simples en [“para”] el mal—Véase Mateo 10:16, de donde vino esta amonestación. Es como si se dijera: “Vuestro buen nombre entre las iglesias porque habéis sido obedientes a la enseñanza que recibisteis, me es suficiente base para tener confianza en vosotros; pero necesitáis la sabiduría de la serpiente para distinguir entre la verdad diáfana y el error plausible, con una sencillez que instintivamente se adhiere a aquélla y rechaza a éste.”

20. Y el Dios de paz quebrantará presto a Satanás debajo de vuestros pies—El apóstol anima a los romanos a perseverar en su resistencia en contra de los artificios del diablo asegurándoles que ellos, como buenos soldados de Jesucristo, “pronto” estarán libres de dicha responsabilidad y tendrán la satisfacción de “poner los pies en el cuello” de aquel enemigo formidable—símbolo conocido, probablemente, en todas las lenguas, para expresar no sólo la perfección de la derrota sino también la abyecta humillación del enemigo vencido. Véase Josué 10:24; 2 Samuel 22:41; Ezequiel 21:29; Salmo 91:13. Aunque el apóstol aquí llama “el Dios de paz” a aquel que ha de quebrantar a Satanás, con especial referencia a las disenciones” (v. 17) que amenazaban con perturbar la iglesia de Roma, esta sublime denominación de Dios tiene aquí un sentido más amplio, e indica que “el propósito por el cual el Hijo de Dios se manifestó, fué para destruir las obras del diablo” (1 Juan 3:8, Joel 3:8); y en verdad, esta seguridad no es sino la reproducción de la primera gran promesa, de que la simiente de la mujer quebrantaría la cabeza de la serpiente (Génesis 3:15). La gracia del Señor nuestro Jesucristo sea con vosotros.—La adición del “amén” aquí no tiene la autoridad de los manuscritos. Lo que sigue después de este punto, donde uno pensaría que la epístola debería concluirse, tiene su paralelo en Filipenses 4:20, etc., y siendo un hecho común de los escritos epistolares, es sencillamente una marca de la genuinidad.

21. Os saludan Timoteo, mi coadjutor—Véase Hechos 16:1. El apóstol lo menciona aquí más bien que en la introducción, porque Timoteo no había estado en Roma. [Bengel.] y Lucio—No Lucas, porque la forma completa de “Lucas” no es “Lucio,” sino “Lucano.” La persona indicada parece ser “Lucio de Cirene,” quien estuvo entre los “profetas y doctores” en Antioquía con nuestro apóstol antes que fuese llamado a los campos misioneros. (Hechos 13:1.) y Jasón—Véase Hechos 17:5. Probablemente él acompañó al apóstol, o le siguió, de Tesalónica a Corinto. y Sosipater—Véase Hechos 20:4.

22. Yo Tercio, que escribí la epístola—como amanuense, o escribiente. os saludo en el Señor—El apóstol acostumbraba dictar sus epístolas, y por esto en Gálatas llama la atención de sus lectores al hecho de que a ellos les había escrito de su propia mano. (Gálatas 6:11.) Pero Tercio quería que los romanos supiesen que él, lejos de ser un mero escribiente, sentía sincero afecto cristiano hacia los romanos, y que el apóstol, haciendo insertar esta salutación aquí, quería hacer notorio qué clase de ayudante él empleaba.

23. Gayo, mi huésped, y [el] de toda la iglesia—Véase Hechos 20:4. Parece que Gayo fué una de las únicas dos personas que Pablo bautizó con su propia mano; comp. 3 Juan 1:1, Joel 1:1. Su hospitalidad cristiana parece haber sido una cosa no común. Erasto, tesorero de la ciudad—Sin duda de Corinto. Véase Hechos 19:22; 2 Timoteo 4:20. y el hermano Cuarto—Más bien, “Cuarto, el hermano nuestro;” como se llama a Sóstenes y a Timoteo en 1 Corintios 1:1, y 2 Corintios 1:1. (El griego.) Nada más se sabe de este Cuarto.

24. La gracia, etc.—Aquí se repite la misma bendición precisamente como está en el v. 20, salvo que aquí se invoca sobre “todos” ellos.

25. Y al que puede [Judas 1:24] confirmaros según mi evangèlio y la predicación—Esto es, de conformidad con las verdades del evangelio que yo predico, y no sólo yo, sino también todos aquellos a los que ha sido encomendada “la predicación de Jesucristo”—según la revelación del misterio (véase nota, cap. 11:25), encubierto desde tiempos eternos—o “durante siglos eternos”—Mas manifestado ahora—Aquí se hace referencia a aquel rasgo peculiar de la dispensación evangélica que se llevó a efecto práctico por medio de Pablo y fue revelado en su enseñanza; es decir, la introducción de los creyentes gentiles a una igualdad con sus hermanos judíos, y la nueva forma que tomó la idea del reino de Dios y que fué para los judíos bien sorprendente. Véase Efesios 3:1, etc. Esto lo llama aquí el apóstol un misterio, o secreto, que hasta entonces había sido encubierto o guardado, pero que ahora ha sido plenamente revelado, y cuyo sentido será manifestado en el versículo siguiente; y su oración por los cristianos romanos, en la forma de una doxología dirigida a aquél que puede hacer lo que Pablo pidió, es que ellos sean establecidos en la verdad del evangelio, no sólo en el carácter esencial de ella, sino especialmente en aquel rasgo de la misma que les autorizó como creyentes gentílicos, para ocupar un puesto digno entre el pueblo de Dios. Y por las Escrituras de los profetas, según el mandamiento del Dios eterno, declarado a todas las gentes [“naciones”] para que obedezcan—A fin de que los judíos no pensasen, a causa de lo que acababa de decir, que Dios hubiese obrado en su pueblo un cambio tan vasto en su condición sin darles noticia previa alguna, el apóstol aquí agrega que, al contrario, “los escritos de los profetas” contienen todo lo que él y los demás predicadores del evangelio proclaman sobre estos temas, y que, en efecto, el mismo Dios que “en las edades eternas” había guardado estas cosas encubiertas, había dado “mandamiento” que ahora, según el tenor de dichas escrituras proféticas, fuesen impartidas a todas las naciones para la aceptación de ellas por la fe.

27. Al solo Dios sabio, etc.—“Al solo Dios sabio por Jesucristo (lit.,) a quien sea …” Vale decir: “a él digo que sea gloria …” Al comenzar la epístola, ésta es una tributación de gloria al poder que podía hacer todo esto; y al concluirla, atribuye gloria a la sabiduría que hizo los planes y preside la agrupación del pueblo redimido de entre todas las naciones. El apóstol añade un ferviente “Amén,” el que el lector—si le ha seguido con el mismo asombro y deleite del que estas palabras escribe—repetirá también con fervor. Sobre esta sección concluyente de la epístola, notemos: (1) En las manifestaciones minuciosas y delicadas del sentimiento cristiano, así como en el vivo interés por las acciones más pequeñas de la vida que son el fruto del amor y el celo cristianos, y que se han presentado en esta epístola de manera tan inteligente e inspirada, como en verdad lo son todos los escritos de nuestro apóstol, tenemos el secreto de aquella grandeza de carácter que ha hecho que el nombre de Pablo ocupe un lugar privilegiado en la estimación del cristianismo inteligente de toda edad; y el secreto de aquella influencia que como siervo de Dios, y más que todos los demás apóstoles, él ya ha ejercido, y aun deberá ejercer sobre el pensamiento y el sentimiento religioso de los hombres. Ni puede alguien imitarle en estas peculiaridades sin ejercer también una correspondiente influencia sobre todos los que tengan contacto con él (vv. 1-16). (2) “La astucia de la serpiente y la mansedumbre de la paloma”—al intimar las cuales nuestro apóstol no hace sino repetir la enseñanza de su Señor (Mateo 10:16)—son una combinación de cualidades que así como son raras entre los cristianos son de vasta importancia. En toda edad, ha habido en la iglesia verdaderos cristianos cuyo estudio excesivo de la sabiduría de la serpiente ha penetrado tanto en su sencillez y sinceridad que es de temerse que sean poco mejores que lobos vestidos de ovejas. Ni se puede negar por otra parte que, ya sea por su ineptitud o por la indisposición para juzgar con la debida discriminación entre lo bueno y lo malo, muchos cristianos eminentemente sencillos, espirituales, y consagrados, han ejercido en su vida poca o ninguna influencia sobre sección alguna de la sociedad en que viven. Que el consejo del apóstol bajo este tema sea recibido para estudio, especialmente por los cristianos jóvenes cuyo carácter está aún en formación, y cuya esfera permanente en la vida no está sino parcialmente determinada; y que se alisten en oración para el ejercicio combinado de estas dos cualidades. De este modo su carácter cristiano será consistente y elevado, y su influencia para bien será en proporción a su crecimiento. (3) Los cristianos debieran animarse mutuamente en medio de las fatigas y pruebas de sus prolongadas luchas con la seguridad de que éstas pronto terminarán de una manera gloriosa. Asimismo, debieran acostumbrarse a considerar toda oposición hecha al progreso y a la prosperidad de la causa de Cristo—ya sea en sus propias almas, en las iglesias con las cuales están relacionados, o en el mundo en general—como obra de Satanás el que ha estado siempre en conflicto con el Señor de ellos; y nunca debieran dudar que el Dios de paz quebrantará presto a Satanás,” cuyo cuello él pondrá debajo de sus pies y cuya cabeza ellos aplastarán (v. 20). (4) Como el poder divino que obra por medio del glorioso evangelio es lo único que sostiene a los cristianos y los hace perseverar, así también debieran atribuir toda la gloria de su presente estabilidad, como lo harán a aquel poder y a aquella sabiduría que los hizo partícipes del evangelio de seguro de su victoria final, (vv. 25-27). (5) “¿Ha mandado el eterno Dios” que el “misterio” evangélico, tanto tiempo encubierto pero ahora plenamente revelado, sea dado a conocer a todas las naciones para que obedezcan a la fe” (v. 26)? Entonces ¡Qué responsabilidad ha sido impuesta a todas las iglesias y a cada cristiano de enviar el evangelio “a toda criatura”! Y podemos estar bien seguros de que la prosperidad o el decaimiento de las iglesias y de los cristianos individuales, no tendrá poco que ver con la fidelidad o con la indiferencia respectivamente ante este imperativo deber.

La antigua adición al final de esta epístola, aunque no tiene ninguna autoridad, parece ser en este caso bastante correcta.

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