No nos enorgullezcamos de haber salido de Egipto por nuestro bautismo, a menos que también dejemos esa oposición y esa desobediencia de nuestro corazón a las leyes y máximas del evangelio. Los israelitas, bajo la guía de Moisés, salieron de Egipto hacia la tierra prometida, y después de viajar por el desierto por espacio de dos años, se encontraron en los confines de ese país tan deseado; pero la posesión de ella les fue negada, y fueron dejados para perecer en el desierto, porque desconfiaron de las promesas de Dios y fueron incrédulos a su palabra. Todo lo que le sucedió a este pueblo elegido, dice San Pablo, fue una figura de lo que nos iba a suceder a nosotros. Aquí entonces podemos leer nuestro destino, si, como ellos, demostramos ser ingratos con Dios.

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