Usted sabe, o está lo suficientemente instruido en estas cosas. --- Todo hombre sea rápido para oír la palabra de Dios, pero lento o cauteloso al hablar, especialmente lento para la ira, o para esa irresistible pasión de la ira, que nunca es excusable, a menos que sea por celo por la honra de Dios. y contra el pecado. (Witham) --- Santiago en esta epístola no apunta a un discurso regular: propone una diversidad de oraciones morales, que no tienen mucha conexión entre sí.

Aquí instruye a los fieles cómo comportarse en la conversación. Les recomienda modestia y prudencia en sus discursos; y más bien gustar de oír mucho que de hablar mucho; y de practicar la verdad, que de predicarla a otros. "Porque ni los que entienden la ley, ni los que la predican, son justificados ante Dios, sino que los hacedores de la ley serán justificados ante Dios". (Romanos cap.

ii. 13.) (Calmet) --- Un sabio es conocido por la poca palabra. Sapiens verbis innotescit paucis. (Regl. San Bernardo, cap. Vii.) Con el oído, el sabio se volverá más sabio. (Sen. [Séneca?] Lib. Ii. De Ira. Cap. 28.) --- La ira es una pequeña locura. La mejor cura es permitir que se apague y dejar que nuestra razón tenga tiempo para reflexionar sobre la conveniencia de hacer lo que al principio nos inclinamos a hacer.

Los primeros motivos de la ira son con frecuencia indelebles y, en consecuencia, no pecaminosos; pero debemos tener cuidado de resistir tan pronto como los percibamos, no sea que se vuelvan demasiado violentos y obtengan el consentimiento de nuestra voluntad. (Calmet) --- Aprende de mí, dice nuestro Salvador, porque soy manso y humilde de corazón. (Mateo cap. XII. 29.) Si, dice San Francisco de Sales, siendo picados y mordidos por la detracción y los enemigos, salimos volando, nos hinchamos y nos enfurecemos, es genial que ni nuestra humildad ni nuestra mansedumbre sean verdaderas y sincero, pero solo aparente y artificial.

Es mejor, dice San Agustín, escribiendo a Profuturo, negar la entrada a una ira justa y razonable, que admitirla, por pequeña que sea; porque, una vez admitido, es difícil volver a expulsarlo; porque entra como una ramita, y en un momento se convierte en un rayo: y si una vez puede conseguir la noche para nosotros, y el sol se pone sobre él, lo que el apóstol prohíbe, se convierte en un odio, del cual hemos casi ningún medio para librarnos de nosotros mismos; porque se nutre con mil falsos pretextos, ya que nunca hubo un hombre enojado que pensara que su enojo era injusto. (San Francisco de Sales, Introducción a una vida devota, p. 3. cap. Viii.)

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