Como espada clavada en mis huesos, mis enemigos me reprochan, con burlas crueles; mientras me dicen todos los días: ¿Dónde está tu Dios? Su burla es una blasfemia, porque no solo condenan la esperanza del creyente como necia, sino que niegan la existencia misma de un Dios que ayudaría a los afligidos en sus problemas. Y así, por segunda vez, el salmista reprende a su alma abatida,

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