La morada de Dios en la Iglesia no es una finalidad. Es un equipo para el cumplimiento del propósito divino. El apóstol reclama una mayordomía en el misterio de la Iglesia, y declara el hecho asombroso de que "a los principados y potestades de los lugares celestiales se les puede dar a conocer por medio de la Iglesia la multiforme sabiduría de Dios". En su carta a los Corintios, el apóstol mostró que la Palabra de la Cruz es la sabiduría de Dios.

Por tanto, a través de la Iglesia ha de llegar el anuncio a los no caídos de la infinita Gracia de Dios. El cielo tendrá mucha música, pero ninguna tan llena de significado infinito como el cántico de los redimidos.

Llamado por la estupenda magnitud de su tema, el apóstol vuelve a hablar de que está orando por ellos. A través de una serie de peticiones consecutivas llega a la declaración de su último deseo. Es "para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios".

La sección doctrinal de la carta termina con la doxología, "A él, la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús". Así, la bienaventuranza inherente a la que se refiere la bendición inicial (1: 3) encuentra su expresión en la Iglesia y en Cristo Jesús. Tan estupendas son las ideas desarrolladas en esta carta que en presencia de ellas la fe debe tambalearse, salvo que se reconozca que Dios otorga un poder equivalente al logro del gran propósito. Él es Uno "que puede hacer", y que, además, "más abundantemente de todo lo que pedimos o entendemos". Finalmente, declara que esta habilidad es "conforme al poder que obra en nosotros".

Esta doxología está llena de una sublimidad que se caracteriza por la sencillez. "A él sea la gloria", es decir, el gran propósito; "en la Iglesia y en Cristo Jesús", tan maravilloso médium; "por todas las generaciones de la era de las edades", que la duración inconmensurable.

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