Este capítulo y el siguiente contienen la profecía de la caída de Babilonia. Éste describe el fracaso de los dioses. Se abre con una imagen gráfica de los ídolos que se apresuraron a irse a salvo, cargados en bestias de carga. En contraste inmediato, el profeta describe a Jehová llevando a Su pueblo, y el contraste es respaldado cuando pregunta: "¿A quién me compararéis, y me haréis igual, y me compararéis para que seamos semejantes?" Así, establece la diferencia fundamental entre los dioses falsos y los verdaderos.

Tienen que ser 'llevados'. Él lleva. Sobre esta base, el profeta pide a los transgresores que lo recuerden; ya los valientes, es decir, a los enemigos de su pueblo, que escuchen y comprendan que aún será el Libertador de los suyos.

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