Continuando, Santiago abordó el efecto de la fe en la conducta. Hace que sea imposible mostrar respeto por las personas sobre la base de la posesión de riquezas mundanas. Mostrar tal respeto demuestra que no se tiene la fe de Jesucristo. A sus ojos, la riqueza o la pobreza no son nada. El correctivo, por tanto, para tal fracaso se encuentra en el ejercicio de una fe como la de Cristo, que, viendo a Dios, respeta a los hombres y les da el lugar de honor según su relación con él.

A este respecto se encuentra uno de los pasajes más contundentes de toda la carta, que revela el valor de la fe y su total inutilidad cuando no se expresa en las obras. Una fe que no emite una conducta armoniosa con su profesión no puede salvar, está muerta en sí misma y es estéril. La interrelación entre la fe y las obras se ilustra en los casos de Abraham y Rahab, uno el padre de los fieles y el otro una mujer fuera del pacto.

En cada caso, la fe fue el principio vital, pero las obras que realizó lo demostraron. Una fe que no se expresa en la conducta está tan muerta como un cuerpo del que se ha apartado el espíritu.

La declaración final resume toda la sección y es, de hecho, la verdad central de toda la epístola. La fe producirá una acción fiel a la palabra que profesa creer. Si hay una acción contradictoria, no hay fe verdadera. Lo que el hombre cree que realmente hace. Por tanto, la conducta verdadera es siempre el resultado de la fe verdadera.

Continúa después de la publicidad
Continúa después de la publicidad