Eclesiastés 3:1

Una profunda tristeza descansa sobre el segundo acto o sección de este drama. Nos enseña que estamos indefensos bajo el férreo control de leyes que no teníamos voz para dictar; que a menudo estamos a merced de hombres cuya misericordia no es más que un capricho; que en nuestro origen y fin, en cuerpo y espíritu, en facultad y perspectiva, en nuestras vidas y placeres, no somos mejores que las bestias que perecen; que los pasatiempos en los que nos sumergimos, en medio de los cuales buscamos olvidar nuestro triste estado, brotan de nuestros celos el uno del otro, y tienden a una miseria solitaria, sin uso ni encanto.

I. El manejo de este tema por parte del Predicador es muy minucioso y completo. Según él, la excesiva devoción de los hombres por los asuntos surge de "una rivalidad celosa entre unos y otros"; tiende a formar en ellos un temperamento codicioso y codicioso que nunca podrá ser satisfecho, a producir un escepticismo materialista de todo lo que es noble y espiritual en pensamiento y acción, a hacer que su adoración sea formal e insincera, y en general a incapacitarlos para cualquier disfrute tranquilo y feliz de su vida. Este es su diagnóstico de su enfermedad.

II. Pero, ¿qué controles, qué correctivos, qué remedios nos haría aplicar el Predicador a las tendencias enfermas de la época? ¿Cómo se salvarán los hombres de negocios de esa excesiva devoción a sus asuntos que engendra tantos portentosos males? (1) La misma sensación del peligro al que están expuestos, un peligro tan insidioso, tan profundo, tan fatal, indudablemente debe inducir a la precaución y a un autocontrol cauteloso.

(2) El Predicador nos da al menos tres máximas útiles. A todos los hombres de negocios conscientes de sus peligros especiales y ansiosos por evitarlos, les dice: ( a ) Reemplace la competencia que surge de su rivalidad celosa por la cooperación que nace de la simpatía y genera buena voluntad. ( b ) Reemplace la formalidad de su adoración con una sinceridad reverente y firme. ( c ) Reemplace su codiciada autosuficiencia con una constante y santa confianza en la providencia paternal de Dios.

S. Cox, La búsqueda del bien principal, pág. 140.

Referencias: Eclesiastés 3:2 . G. Dawson, Sermones sobre la vida y el deber cotidianos, pág. 277; JM Neale, Sermones en Sackville College, vol. i., pág. 57. Eclesiastés 3:4 . JH Newman, Parochial and Plain Sermons, vol.

iv., pág. 334; W. Braden, Christian World Pulpit, vol. ix., pág. 81; G. Rogers, Ibíd., Vol. xxviii., pág. 91. Eclesiastés 3:6 . S. Baring-Gould, Cien bocetos de sermones, pág. 107. Eclesiastés 3:7 . AA Bonar, Contemporary Pulpit, vol. i., pág. 123. Eclesiastés 3:9 . R. Buchanan, Eclesiastés: su significado y lecciones, p. 107.

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