Hebreos 4:9

Entrada al reposo de Dios.

Tenemos aqui:

I. El descanso Divino: "De sus propias obras ha cesado, como Dios de las suyas". (1) El descanso pertenece necesariamente a la naturaleza divina. Es la profunda tranquilidad de una naturaleza autosuficiente en su infinita belleza, tranquila en su eterna fuerza, plácida en su más profundo gozo, aún en su más poderosa energía; amar sin pasión, querer sin decisión ni cambio, actuar sin esfuerzo, callar y conmoverlo todo; haciendo todas las cosas nuevas, y él mismo para siempre; creando y conociendo ninguna disminución por el acto; aniquilando y sin conocer la pérdida, aunque el universo era estéril y despoblado.

El gran océano de la naturaleza divina, que no conoce tormentas ni olas, no es todavía un mar estancado y sin mareas. Dios es inmutable y siempre tranquilo y, sin embargo, vive, quiere y actúa. (2) Aquí está el pensamiento de que Dios cesa tranquilamente de Su obra, porque Él la ha perfeccionado. (3) Esta Divina tranquilidad es un descanso lleno de trabajo. La preservación es una creación continua.

II. El reposo de Dios y de Cristo es el modelo de lo que puede llegar a ser nuestra vida terrenal. La fe, que es el medio para entrar en el reposo, hará que su vida no se parezca indignamente a la de Él, quien, triunfante en lo alto, trabaja por nosotros y, trabajando por nosotros, descansa de todo Su esfuerzo.

III. Este descanso Divino es una profecía de lo que seguramente será nuestra vida celestial. El cielo de todas las naturalezas espirituales no es la ociosidad. El deleite del hombre es la actividad. El deleite del corazón amante es la obediencia; el deleite del corazón salvo es un servicio agradecido. El cielo es la vida terrenal de un creyente glorificado y perfeccionado. Si aquí por fe entramos en el principio del reposo, allá por la muerte con fe, entraremos en su perfección.

A. Maclaren, Sermones en Manchester, vol. i., pág. 291.

Referencias: Hebreos 4:11 . E. Cooper, Practical Sermons, vol. ii., pág. 301; Homilista, segunda serie, vol. iv., pág. 211; Revista homilética vol. xiii., pág. 111; E. Paxton Hood, Dichos oscuros en un arpa, pág. 369.

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