Romanos 13:10

I. Siendo la ley una expresión de la mente y la voluntad de Dios, solo tenemos que estudiar el carácter de Dios más de cerca para interpretar más correctamente el espíritu y la intención de la ley. El carácter de Dios nos es conocido por Sus obras, Sus providencias, Sus revelaciones de Él mismo por medio de profetas y santos, a quienes Él se ha dado a conocer. Ahora, la confluencia de todas estas corrientes de conocimiento, derivadas de lo que Él ha dicho y hecho, desemboca en la revelación de un Dios de amor.

Para empezar, el acto de la creación es una obra de amor Todopoderoso. Por eso se ha dicho con razón que si un hombre se diera cuenta de su existencia como criatura, su propia conciencia lo instaría a vivir una vida perfecta de amor. Pero para acercarnos más que la creación, para llegar a nuestro contacto personal con Dios, ¿qué es lo que encontramos? La vida que ahora disfrutamos asciende en una escala ascendente desde la paz, la amistad y la comunión en el trabajo con Dios, hasta la esperanza y las promesas del más allá, desde una época de siembra de múltiples experiencias aquí hasta una cosecha de inmortalidad en el más allá.

II. Considere algunas de las características del amor. (1) En su aspecto hacia Dios, el amor tiene esta nota de aliento, a saber, que cada movimiento de tu amor hacia Él, aunque sea de corta duración, intermitente y frágil bajo la tentación, es sin embargo un testimonio de una cierta simpatía y conformidad de tu naturaleza a la naturaleza de Dios. (2) Una vez más, el amor es un motivo que conduce a la imitación; deseas crecer como el que amas.

(3) Es el amor lo que da unidad de diseño a todo el mecanismo de la Iglesia Católica: sus credos, sus sacramentos, sus rituales, sus estaciones, sus fiestas, sus ayunos, sus penitencias y sus alegrías. Así como la mente maestra y el genio de un arquitecto dan orden y armonía a los casi infinitos detalles y creaciones de una iglesia gótica, así el amor da sistema y sinfonía a las infinitas variedades de la vida cristiana.

CW Furse, Christian World Pulpit, vol. xxv., pág. 129.

Referencia: Romanos 13:10 . Revista del clérigo, vol. i., pág. 28.

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