6-14 Los deseos carnales adquieren fuerza con la indulgencia, por lo que deben ser frenados en su primer surgimiento. Temamos los pecados de Israel, si queremos evitar sus plagas. Y es justo temer que los que tientan a Cristo sean dejados por él en poder de la vieja serpiente. La murmuración contra las disposiciones y los mandatos de Dios, lo provoca en gran medida. Nada en la Escritura está escrito en vano; y es nuestra sabiduría y deber aprender de ella. Otros han caído, y nosotros también podemos hacerlo. La seguridad del cristiano contra el pecado es la desconfianza en sí mismo. Dios no ha prometido guardarnos de caer, si no miramos hacia nosotros mismos. A esta palabra de advertencia, se añade una palabra de consuelo. Otros tienen las mismas cargas y las mismas tentaciones: lo que ellos soportan y superan, nosotros también podemos hacerlo. Dios es sabio y fiel, y hará nuestras cargas según nuestras fuerzas. Él sabe lo que podemos soportar. Él hará un camino para escapar; librará de la prueba en sí, o al menos de la maldad de la misma. Tenemos pleno estímulo para huir del pecado y ser fieles a Dios. No podemos caer en la tentación, si nos aferramos a él. Ya sea que el mundo sonría o frunza el ceño, es un enemigo; pero los creyentes serán fortalecidos para vencerlo, con todos sus terrores y tentaciones. El temor del Señor, puesto en sus corazones, será el gran medio de seguridad.

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