12-18 El deber de los ministros del Evangelio es utilizar una gran claridad en sus palabras. Los creyentes del Antiguo Testamento sólo tenían visiones turbias y pasajeras de ese glorioso Salvador, y los incrédulos no miraban más allá de la institución externa. Pero los grandes preceptos del Evangelio, creer, amar, obedecer, son verdades expuestas con la mayor claridad posible. Y toda la doctrina de Cristo crucificado se hace tan clara como el lenguaje humano puede hacerla. Los que vivían bajo la ley tenían un velo en sus corazones. Este velo es quitado por las doctrinas de la Biblia sobre Cristo. Cuando cualquier persona se convierte a Dios, entonces el velo de la ignorancia es quitado. La condición de los que disfrutan y creen en el evangelio es feliz, porque el corazón se libera para recorrer los caminos de los mandamientos de Dios. Tienen luz, y con el rostro abierto contemplan la gloria del Señor. Los cristianos deben valorar y mejorar estos privilegios. No debemos contentarnos sin conocer el poder transformador del evangelio, por la obra del Espíritu, que nos lleva a buscar ser como el temperamento y la tendencia del glorioso evangelio de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, y a la unión con él. Contemplamos a Cristo, como en el cristal de su palabra; y como el reflejo de un espejo hace brillar el rostro, los rostros de los cristianos también brillan.

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