16-21  Debemos, según nuestras posibilidades, dar para las necesidades de las almas y de los cuerpos de los hombres: Dios aceptará estas ofrendas con gusto, y aceptará y bendecirá a los oferentes por medio de Cristo. El apóstol declara entonces cuál es su deber para con los ministros vivos: obedecerlos y someterse a ellos, en la medida en que esté de acuerdo con la mente y la voluntad de Dios, dadas a conocer en su palabra. Los cristianos no deben creerse demasiado sabios, demasiado buenos o demasiado grandes para aprender. El pueblo debe escudriñar las Escrituras, y en la medida en que los ministros enseñan según esa regla, deben recibir sus instrucciones como la palabra de Dios, que obra en los que creen. A los oyentes les interesa que el informe que sus ministros den de ellos sea con alegría, y no con dolor. Los ministros fieles libran sus propias almas, pero la ruina de un pueblo infructuoso e incrédulo recaerá sobre sus propias cabezas. Cuanto más sinceramente ore el pueblo por sus ministros, más beneficio podrá esperar de su ministerio. Una buena conciencia respeta todos los mandatos de Dios y todos nuestros deberes. Los que tienen esta buena conciencia, sin embargo, necesitan las oraciones de los demás. Cuando los ministros vienen a un pueblo que ora por ellos, vienen con mayor satisfacción para ellos mismos, y éxito para el pueblo. Debemos buscar todas nuestras misericordias por medio de la oración. Dios es el Dios de la paz, plenamente reconciliado con los creyentes; que ha hecho un camino de paz y reconciliación entre él y los pecadores, y que ama la paz en la tierra, especialmente en sus iglesias. Él es el autor de la paz espiritual en los corazones y las conciencias de su pueblo. ¡Qué alianza tan firme es la que tiene su fundamento en la sangre del Hijo de Dios! El perfeccionamiento de los santos en toda buena obra, es la gran cosa deseada por ellos, y para ellos; y para que puedan finalmente ser aptos para el empleo y la felicidad del cielo. No hay nada bueno que se produzca en nosotros, sino que es obra de Dios. Y ninguna cosa buena es obrada en nosotros por Dios, sino por medio de Cristo, por su causa y por su Espíritu.

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