1-13 Ahora los discípulos vieron algo de la gloria de Cristo, como del unigénito del Padre. El objetivo era apoyar su fe, cuando tuvieran que presenciar su crucifixión; y darles una idea de la gloria preparada para ellos, cuando fueran cambiados por su poder y hechos como él. Los apóstoles quedaron sobrecogidos por la gloriosa visión. Pedro pensó que lo más deseable era continuar allí, y no bajar más a conocer los sufrimientos de los que tan poco quería oír hablar. En esto no sabía lo que decía. Nos equivocamos si buscamos un cielo aquí en la tierra. Cualquiera que sea el tabernáculo que nos propongamos hacer en este mundo, debemos acordarnos siempre de pedirle permiso a Cristo. Todavía no se había ofrecido ese sacrificio, sin el cual las almas de los hombres pecadores no habrían podido salvarse; y Pedro y sus hermanos debían realizar importantes servicios. Mientras Pedro hablaba, una nube brillante los cubría, emblema de la presencia y la gloria divinas. Desde que el hombre pecó y oyó la voz de Dios en el jardín, las apariciones inusuales de Dios han sido terribles para el hombre. Cayeron postrados en tierra, hasta que Jesús los animó; cuando miraron a su alrededor, sólo contemplaron a su Señor como comúnmente lo veían. Debemos pasar por diversas experiencias en nuestro camino hacia la gloria; y cuando regresemos al mundo después de una ordenanza, debe ser nuestro cuidado llevar a Cristo con nosotros, y entonces puede ser nuestro consuelo que él está con nosotros.

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