25-27 Lo que establece a las almas es la simple predicación de Jesucristo. Nuestra redención y salvación por nuestro Señor Jesucristo son, sin duda, un gran misterio de piedad. Y sin embargo, bendito sea Dios, hay tanto de este misterio aclarado como para llevarnos al cielo, si no descuidamos voluntariamente tan gran salvación. La vida y la inmortalidad han sido sacadas a la luz por el Evangelio, y el Sol de Justicia ha nacido en el mundo. Las Escrituras de los profetas, lo que dejaron por escrito, no sólo se aclara en sí mismo, sino que por él se da a conocer este misterio a todas las naciones. Cristo es la salvación para todas las naciones. Y el evangelio es revelado, no para ser hablado y disputado, sino para ser sometido. La obediencia de la fe es aquella obediencia que se rinde a la palabra de fe, y que viene por la gracia de la fe. Toda la gloria que pasa del hombre caído a Dios, para ser aceptado por él, debe pasar por el Señor Jesús, en quien sólo nuestras personas y acciones son o pueden ser agradables a Dios. De su justicia debemos hacer mención, incluso de la única suya; que, como es el Mediador de todas nuestras oraciones, así es, y será, hasta la eternidad, el Mediador de todas nuestras alabanzas. Recordando que estamos llamados a la obediencia de la fe, y que todo grado de sabiduría proviene del único Dios sabio, debemos, de palabra y de obra, rendirle gloria por medio de Jesucristo; para que así la gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con nosotros para siempre.

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