10-17 Si el Espíritu está en nosotros, Cristo está en nosotros. Él habita en el corazón por la fe. La gracia en el alma es su nueva naturaleza; el alma está viva para Dios, y ha comenzado su santa felicidad que durará para siempre. La justicia de Cristo imputada, asegura al alma, la mejor parte, de la muerte. De aquí vemos cuánto es nuestro deber andar, no según la carne, sino según el Espíritu. Si alguien vive habitualmente según los deseos corruptos, ciertamente perecerá en sus pecados, cualquiera que sea su profesión. ¿Y qué puede presentar una vida mundana, digna por un momento de ser puesta en contra de este noble premio de nuestro alto llamado? Procuremos, pues, por el Espíritu, mortificar cada vez más la carne. La regeneración por el Espíritu Santo trae una vida nueva y divina al alma, aunque en un estado débil. Y los hijos de Dios tienen el Espíritu para obrar en ellos la disposición de hijos; no tienen el espíritu de esclavitud, bajo el cual estaba la iglesia del Antiguo Testamento, a través de las tinieblas de esa dispensación. El Espíritu de adopción no se derramó entonces abundantemente. También se refiere a ese espíritu de esclavitud, bajo el cual muchos santos estaban en su conversión. Muchos hablan de paz para sí mismos, a quienes Dios no les habla de paz. Pero aquellos que son santificados, tienen al Espíritu de Dios dando testimonio con sus espíritus, en y por su hablar de paz al alma. Aunque ahora nos parezca que somos perdedores por Cristo, no seremos, no podemos ser perdedores por él al final.

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