1-9 Los creyentes pueden ser castigados por el Señor, pero no serán condenados con el mundo. Por su unión con Cristo por medio de la fe, están así asegurados. ¿Cuál es el principio de su andar: la carne o el Espíritu, la vieja o la nueva naturaleza, la corrupción o la gracia? ¿Para cuál de ellos hacemos provisión, por cuál nos regimos? La voluntad no renovada es incapaz de cumplir plenamente ningún mandamiento. Y la ley, además de los deberes exteriores, requiere una obediencia interior. Dios mostró su aborrecimiento por el pecado mediante los sufrimientos de su Hijo en la carne, para que la persona del creyente pudiera ser perdonada y justificada. Así se satisfizo la justicia divina y se abrió el camino de la salvación para el pecador. Por el Espíritu la ley del amor está escrita en el corazón, y aunque la justicia de la ley no es cumplida por nosotros, sin embargo, bendito sea Dios, se cumple en nosotros; hay aquello en todos los verdaderos creyentes, que responde a la intención de la ley. El favor de Dios, el bienestar del alma, las preocupaciones de la eternidad, son las cosas del Espíritu, en las que se fijan los que siguen al Espíritu. ¿En qué dirección se mueven nuestros pensamientos con más placer? ¿Por dónde van nuestros planes y maquinaciones? ¿Somos más sabios para el mundo, o para nuestras almas? Los que viven en el placer están muertos,  1 Timoteo 5:6. Un alma santificada es un alma viva; y esa vida es paz. La mente carnal no sólo es un enemigo de Dios, sino la enemistad misma. El hombre carnal puede, por el poder de la gracia divina, someterse a la ley de Dios, pero la mente carnal nunca puede; debe ser quebrantada y expulsada. Podemos conocer nuestro verdadero estado y carácter preguntando si tenemos el Espíritu de Dios y de Cristo, o no, ver. 9. No estáis en la carne, sino en el Espíritu. Tener el Espíritu de Cristo significa tener una mentalidad en cierto grado como la que había en Cristo Jesús, y debe demostrarse por una vida y una conversación adecuadas a sus preceptos y su ejemplo.

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