Pero Dios, no tú, oh hombre, no el grano mismo, le da un cuerpo como le agradó, desde el momento en que distinguió las diversas especies de seres; ya cada una de las semillas, no sólo de los frutos, sino también de los animales, (a lo que se eleva el Apóstol en el siguiente versículo), su propio cuerpo; no sólo peculiar de esa especie, sino propia de ese individuo, y que surge de la sustancia de ese mismo grano.

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