La ley convierte a los hombres en sumos sacerdotes que tienen debilidad, que son a la vez débiles, mortales y pecadores. Pero el juramento que fue desde la ley, es decir, en el tiempo de David. Hace que el hijo, que está consagrado para siempre, que ahora libre, tanto del pecado como de la muerte, de la enfermedad natural y moral, sea sacerdote para siempre.

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