REFLEXIONES

Se dé gracias eternamente a Dios el Espíritu Santo, por este Capítulo tan dulce y precioso. Seguramente nunca, excepto por el Señor mismo explicándonos en esta porción de su santa palabra, lo que había contado antes acerca de Melquisedec, en otras partes de su revelación; si hubiéramos concebido aprensiones adecuadas sobre el tema. Pero ahora, por su graciosa condescendencia, al decir todo lo que aquí se relata, de ese Sacerdote del Dios Altísimo, contemplamos las maravillas de su Persona y Oficio, y del Personaje aún mayor, a quien todos los que fueron antes de ministrar.

¡Granizo! ¿Tú, grande, todopoderoso Melquisedec de tu pueblo? ¡En verdad, Señor Jesús! por el juramento de Jehová has tomado posesión de tu cargo; y bien por eso siento la confianza de venir a ti, como Sumo Sacerdote del Señor y mi Sumo Sacerdote para siempre. ¡Señor! Deseo gracia y poder para hacer lo que aquí se le ordena a la Iglesia, es decir, considerar cuán grande era Melquisedec, a quien Abraham vio; y de ahí considerar, ¡cuánto mayor es mi Señor Jesús, para quien incluso Melquisedec actuó como un tipo y una sombra!

¡Precioso Señor Jesús! ¡Tú eres un sacerdote en tu trono! ¡Tienes un sacerdocio inmutable! Y en verdad, y en verdad, un Sumo Sacerdote como tú, mi pobre alma necesitaba: Uno que pueda, y salvará por completo, a todos los que vienen a Dios por ti; y uno que es santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores y hecho más alto que los cielos. Y estoy muy seguro de que aunque, en tu gloria personal, todo esto y más es tuyo; sin embargo, en medio de toda la exaltación de tu estado, no ha tenido lugar ningún cambio en tu naturaleza; Jesús, es Jesús todavía.

El mismo Jesús amoroso y amoroso. Aquí abajo, los hombres que tienen debilidades son hechos sacerdotes; pero nuestro Jesús que está arriba, aunque tocado por los sentimientos de nuestras debilidades, sin embargo, en sí mismo, está separado de los pecadores y hecho más alto que los cielos. Conoce nuestro marco por el suyo, aunque sin pecado; y su sacerdocio es para siempre. ¡Señor! toma mi causa, seguro que lo soy, entonces no fallaré; ¡Eres consagrado para siempre!

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