Y en un día determinado, que se solemnizaba anualmente, en honor de Claudio César; Herodes, ataviado con ropas reales - Con un vestido tan labrado con plata, que los rayos del sol naciente golpeando y reflejándose en él, deslumbraron los ojos de los espectadores. La gente gritaba: Es la voz de un dios. Tan profanos halagos que solían hacer a los príncipes. Pero lo común de una mala costumbre aumenta más bien que disminuye su culpabilidad.

Continúa después de la publicidad
Continúa después de la publicidad