Y había un mendigo llamado Lázaro, (según la pronunciación griega) o Eleazer. Por su nombre se puede conjeturar que no pertenecía a una familia mezquina, aunque así se redujo. No había ninguna razón para que nuestro Señor ocultara su nombre, que probablemente entonces era bien conocido. Teofilacto observa, según la tradición de los hebreos, que vivía en Jerusalén. Sí, los perros también vinieron y le lamieron las llagas. Parece que esta circunstancia está registrada para mostrar que todas sus úlceras estaban al descubierto y no estaban cerradas ni vendadas.

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