El poder es el espíritu residente.

(1) Se sigue de este examen del estado del hombre bajo la ley, que en nuestro estado actual, como efectuado por DIOS, aquellos que son hechos uno con Cristo Jesús no están bajo castigo. (2) Porque la nueva condición traída por el Espíritu, que anima la vida nueva que recibimos al unirnos a Cristo Jesús, nos libró de una vez por todas de la tiranía anterior. (3) La ley de DIOS, apenas declarando Su voluntad, no pudo hacer esto porque fue socavada por medio de la carne.

Pero DIOS mismo hizo la obra de liberación, primero, por medio de su Hijo encarnado triunfando sobre el pecado aun en la carne, (4) y segundo y consecuentemente por medio de su Hijo en nosotros, cumpliendo la pretensión de la ley por una conducta en las líneas del espíritu no del carne. (5) De hecho, era precisamente este refuerzo del espíritu del hombre lo que se necesitaba, en el antagonismo del espíritu y la carne, para superar las limitaciones de esta última y ponerla bajo el poder del espíritu.

(9) Esa obra ya se ha hecho en los cristianos: el Espíritu de DIOS mora en ellos, porque si son de Cristo, poseen el Espíritu de Cristo, lo cual implica que sus cuerpos están muertos para todos los propósitos del pecado, sus espíritus un poder vivo en el cuerpo para todo propósito de justicia, (11) para todos los propósitos, porque así son fortalecidos por el mismo Poder que resucitó a Cristo Jesús de la muerte, y dará vida a sus cuerpos, en sí mismos condenados a muerte, porque es el Espíritu de DIOS que mora en ellos .


Esta sección luego destaca la naturaleza del poder del Evangelio en contraste con la descripción de la impotencia de la ley. Ese poder, de hecho, es el poder de la vida del Señor Resucitado en el cristiano, que ejerce sobre el espíritu humano toda la fuerza moral y espiritual del mismo Espíritu de DIOS.

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