La selección de la metáfora de Gálatas 3:24 no es en modo alguno casual. Sugiere y conduce a la gran revelación de la bienaventuranza del Evangelio contenida en la peroración de este capítulo. El mismo hecho de que estuviéramos bajo tutela prueba que nuestra verdadera relación con Dios es la de hijos, una relación en la que todos nosotros, tanto judíos como gentiles, entramos al creer en Jesucristo.

De esta relación nuestro Bautismo fue signo, prenda e instrumento. En ella nos vestimos de Cristo. Nuestra desnudez fue cubierta con el manto de Su justicia perfecta. Se convirtió en el elemento circunambiental y envolvente en el que se vive y se sostiene nuestra nueva vida. Y aquí desaparecen las distinciones externas de judío y gentil, esclavo y libre, es más, incluso la que durante tanto tiempo ha separado a los sexos.

En Cristo están unidos todos los que por la fe están unidos a Él. Y si pertenecemos a Cristo, si somos parte de Él, que es la Simiente prometida, entonces somos la simiente de Abraham, somos herederos según la promesa.

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