16 Por este medio percibimos nosotros, o, por esto lo sabemos. Ahora muestra lo que es el verdadero amor; porque no habría sido suficiente para elogiarlo, a menos que se comprenda su poder. Como ejemplo de amor perfecto, nos presenta el ejemplo de Cristo; porque él, al no perdonar su propia vida, testificó cuánto nos amaba. Esta es entonces la marca a la que les ordena avanzar. La suma de lo que se dice es que nuestro amor se aprueba cuando transferimos el amor de nosotros mismos a nuestros hermanos, para que cada uno, olvidando a sí mismo, busque el bien de los demás. (79)

De hecho, es cierto que estamos lejos de ser iguales a Cristo: pero el Apóstol nos recomienda la imitación de él; porque aunque no lo alcancemos, aún queda por cumplir, que debemos seguir sus pasos, aunque a distancia. Sin duda, dado que el objetivo del Apóstol era vencer la vana jactancia de los hipócritas, que se glorían de que tenían fe en Cristo, aunque sin amor fraternal, él insinuó con estas palabras, que excepto este sentimiento prevalece en nuestros corazones, no tenemos conexión con Cristo. Tampoco él, como he dicho, pone ante nosotros el amor de Cristo para exigirnos que seamos iguales a él; porque, ¿qué sería esto sino llevarnos a todos a la desesperación? Pero quiere decir que nuestros sentimientos deben estar tan formados y regulados, que podamos desear dedicar nuestra vida y también nuestra muerte, primero a Dios y luego a nuestros vecinos.

Hay otra diferencia entre nosotros y Cristo: la virtud o el beneficio de nuestra muerte no pueden ser los mismos. Porque la ira de Dios no es apaciguada por nuestra sangre, ni la vida es obtenida por nuestra muerte, ni el castigo debido a otros sufrimos por nosotros. Pero el Apóstol, en esta comparación, no tenía en vista el fin o el efecto de la muerte de Cristo; pero solo quiso decir que nuestra vida debería formarse según su ejemplo.

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