21 ¿Quién va a cambiar? Con este argumento él levanta a los filipenses aún más lejos para elevar sus mentes al cielo, y estar completamente unidos a Cristo, porque este cuerpo que nosotros continuar con nosotros no es una morada eterna, sino un tabernáculo frágil, que en poco tiempo se reducirá a nada. Además, es probable que sufra tantas miserias y tantas enfermedades deshonrosas, que se puede decir que es vil y lleno de ignominia. ¿De dónde, entonces, se espera su restauración? Desde el cielo, en la venida de Cristo. Por lo tanto, no hay parte de nosotros que no deba aspirar al cielo con afecto absoluto. Vemos, por un lado, en la vida, pero principalmente en la muerte, la mezquindad presente de nuestros cuerpos; la gloria que tendrán, conforme al cuerpo de Cristo, es incomprensible para nosotros: porque si los discípulos no pudieran soportar el ligero sabor que él les dio (206) en su transfiguración, (Mateo 17:6), ¿cuál de nosotros podría alcanzar su plenitud? Permitámonos por el momento contentarnos con la evidencia de nuestra adopción, estando destinados a conocer las riquezas de nuestra herencia cuando los disfrutemos.

Según la eficacia Como nada es más difícil de creer, o más en desacuerdo con la percepción carnal, que la resurrección, Pablo, por este motivo, pone ante nuestros ojos el poder ilimitado de Dios, que puede eliminar por completo toda duda; de esto surge la desconfianza: que medimos la cosa en sí por la estrechez de nuestra propia comprensión. Tampoco menciona simplemente el poder, sino también la eficacia, que es el efecto, o el poder que se muestra en acción, por así decirlo. Ahora, cuando tenemos en cuenta que Dios, que creó todas las cosas de la nada, puede mandar a la tierra, al mar y a los demás elementos, a devolver lo que se les ha comprometido ( 207) , nuestras mentes se despiertan inmediatamente a una firme esperanza, incluso a una contemplación espiritual de la resurrección.

Pero es importante tener en cuenta, también, que el derecho y el poder de resucitar a los muertos, más aún, de hacer todo según su propio placer, se le asigna a la persona de Cristo, un ámbito por el cual su majestad divina es ilustre exponer. No, más lejos, deducimos de esto, que el mundo fue creado por él, porque someter todas las cosas a sí mismo pertenece solo al Creador.

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