El tratamiento de la justicia de Dios, como un don divino a los pecadores en Jesucristo, ahora está completo, y el Apóstol podría haber pasado a su tratamiento de la nueva vida (caps. 6 8). Pero introduce en este punto una digresión en la que se hace una comparación, que en la mayoría de los puntos es más bien un contraste, entre Adán y Cristo. Hasta este punto ha hablado sólo de Cristo, y la verdad de lo que ha dicho descansa sobre su propia evidencia; no le afecta en lo más mínimo ninguna dificultad que podamos tener para adaptar lo que dice de Adán a nuestro conocimiento o ignorancia de los orígenes humanos.

La verdad general que enseña aquí es que hay una unidad real de la raza humana, por un lado en el pecado y la muerte, por el otro en la justicia y la vida; en el primer aspecto la raza se resume en Adán; en el segundo, en Cristo. Es una distinción, aparentemente, entre los dos, que la unidad en Adán es natural, teniendo una base física en la conexión orgánica de todos los hombres a través de todas las generaciones; mientras que la unidad en Cristo es espiritual, siendo dependiente de la fe.

Sin embargo, esta distinción no está especialmente a la vista en el pasaje, que más bien trata a Adán y Cristo de una manera objetiva, la transición (moralmente) de la condenación de Adán a la del hombre solo está mediada por las palabras πάντες ἥμαρτον en Romanos 5:12 , y la conexión entre Cristo y la nueva humanidad por οἱ τὴν περισσείαν τῆς χάριτος λαμβάνοντες in vet. 17

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