En esto sabemos que somos de la verdad , que tenemos verdadero amor, que somos hijos de la verdad, de la verdadera y genuina caridad.

En segundo lugar, somos de Dios, que es la verdad principal y suprema, y ​​la verdadera caridad. Véase Juan XIV. 6, xviii. 37. Y así San Agustín concluye con razón ( de Moribus Eccl. cap. xxxiii.): "Que nuestras comidas, nuestras palabras, nuestro vestido, nuestra apariencia se mezclen con la caridad, y se unan y unan en una sola caridad; para violar esto se cuenta como pecar contra Dios... si sólo falta esto, todo lo demás es vano y vacío; donde existe es perfecta plenitud".

Y asegurará nuestros corazones delante de Él . (1.) Hugo, Lyranus y Dionisio explican: induciremos a nuestros corazones a agradar a Dios cada día más y más. (2.) Ferus lo explica, Ganaremos confianza para pedirle cualquier cosa a Dios. (3.) Tendremos nuestros corazones en paz, porque los persuadiremos de que estamos luchando por la verdadera caridad, cuando amamos, no de palabra, sino de hecho y en verdad. (4.) El sentido más claro es este: Nosotros aprobaremos nuestros corazones ante Dios al manifestar los frutos del amor.

Podemos mentirle a los hombres fingiendo amor en nuestros corazones, pero no podemos mentirle a Dios, que ve el corazón. Entonces, aquellos que aman a su prójimo de hecho y en verdad no temen el ojo y el juicio de Dios, sino que audazmente aparecerán ante Sus ojos, pondrán sus corazones ante Él y mostrarán que están descansando en la verdadera caridad. Entonces Ocumenius; y ver Gal. i. 10, "¿Quiero persuadir a los hombres oa Dios?" Es decir, me esfuerzo por demostrar mi causa a Dios.

Así S. Crisóstomo. S. Agustín lee en este pasaje: "Quiero hacerme aprobado por Dios, y no por los hombres". Como dice S. Agustín ( contra Secundi, núm. i. 1): "Piensa lo que quieras sobre Agustín, con tal de que mi conciencia me acuse de no hacerlo ante los ojos de Dios".

Moralmente . S. Juan nos enseña aquí a examinar todas nuestras obras por la regla del juicio de Dios. Porque con frecuencia nos engañamos al pensar que actuamos puramente por amor a Dios, cuando en realidad actuamos por el motivo impuro del amor propio. Antes de comenzar cualquier cosa, ajústate a esta regla, actúa como a la vista de Dios, que te ve y te pedirá cuentas. Hazlo como si fuera tu último acto. Y en cualquier duda, adopta el curso que desearías haber adoptado cuando llegues a morir. Lo mismo hizo el salmista (Sal. 16:8); Eliseo (2 Reyes 3:14); y S. Pablo (2 Co 1,12).

Y S. Francisco Javier, "Dondequiera que esté, recordaré que estoy en el escenario del mundo". Y Campion, cuando estaba a punto de sufrir el martirio, dijo: "Hemos sido hechos un espectáculo para el mundo, los ángeles y los hombres" (1 Cor 4, 9). Imitémoslos, y así "persuadiremos nuestros corazones delante de él".

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