Digo entonces, Andad en el Espíritu. El resumen, el único objetivo de toda esta epístola, es este: No andéis en la ley, no en la carne, sino en el Espíritu. La raíz de todos vuestros problemas es la falta del Espíritu: si lo tuvierais, excluiríais tanto la vida legal como la carnal.

Caminar en el Espíritu es ordenar toda nuestra vida según el impulso del Espíritu, que nos inspira a las obras de piedad, a la oración, a la fe, a la caridad ya las obras de misericordia. Este Espíritu lo recibieron abundantemente los Apóstoles en Pentecostés, como lo hicieron los primeros cristianos, y añadieron al don que entonces recibieron siguiendo lealmente sus obras, trabajando y padeciendo todo, con tal de llevar a otros a Cristo, con ardiente caridad y ardiente celo. ¿Adónde ha huido ese Espíritu ahora? Señor Jesús, enciende en nosotros ese fuego que viniste a enviar a la tierra, y que quisiste quemar con vehemencia.

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