No se regocija en la iniquidad. Este es el décimo carácter del amor, que no se regocija en la iniquidad, como es común aun para aquellos que llevan el nombre de Cristo. El verdadero cristiano, sin embargo, está tan lejos de esto, que se lamenta por el pecado o la locura de un enemigo; no se complace en escucharlo o repetirlo; sino que desea que sea olvidado para siempre. Es más, undécimo, se regocija en la verdad, dondequiera que se encuentre; en la verdad que es según la piedad, que da su fruto apropiado, santidad de corazón y conducta. Se regocija al descubrir que incluso aquellos que difieren de él o se oponen a él, ya sea en lo que respecta a opiniones o algunos puntos de práctica, son, sin embargo, amantes de Dios y, en otros aspectos, irreprochables.

Se alegra de escucharlos bien y de hablar todo lo bueno que pueda de ellos de manera coherente con la verdad y la justicia. De hecho, el bien en general es su gloria y alegría, dondequiera que se difunda a través de la raza humana. Como ciudadano del mundo, reclama una parte de la felicidad de todos los habitantes del mismo. Debido a que es un hombre, no le importa el bienestar de ningún hombre; pero disfruta de todo lo que glorifica a Dios y promueve la paz y la buena voluntad entre los hombres.

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