Yo, por tanto, prisionero del Señor, etc. San Pablo, habiendo concluido la parte especial de su Epístola con el capítulo anterior, llega a este punto, como es su manera, a exhortaciones prácticas. Empieza por la unidad, el amor y la concordia, a los que presiona desde una consideración de la que hace uso en más de sus epístolas que en una; es decir, que son todos miembros de un mismo cuerpo, del cual Cristo es la cabeza. Algunos han observado de esta epístola, y de las otras que fueron escritas por San Pablo en su encarcelamiento, (a saber, aquellas a los Colosenses y Filipenses, a Filemón, y la segunda a Timoteo) que son más especialmente notables por su unción divina, y descubren un favor peculiar de las cosas de Dios; por lo cual se puede ver que, mientras abundaban sus sufrimientos, abundaban también sus consuelos. Sin embargo, es manifiesto que esta Epístola, como establece, en la parte anterior, el diseño de la gracia de Dios en la dispensación del evangelio; y representa los beneficios y privilegios que pertenecen a todos los fieles en Cristo Jesús, así como a los gentiles como a los judíos, se lanza a una serie de acciones de gracias y oraciones, y se escribe, por así decirlo, todo en un rapto, en un sublime y elevado estilo, que fluye de una mente transportada por la consideración de la inescrutable sabiduría y bondad de Dios en la obra de redención, y del asombroso amor mostrado en Cristo hacia el mundo gentil.

La parte restante no es menos admirable, por la manera cautivadora en que mejora lo que había entregado antes, exhortando los deberes que se convirtieron en su carácter con la mayor ternura, en expresiones llenas de amor y cariño; añadiendo los argumentos más contundentes para hacerlos cumplir, y haciendo mención de sus vínculos para recomendar las exhortaciones que les ofrecía. El prisionero del Señor significa por causa del Señor o por causa del Señor.

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