Y contó esta parábola: Nuestro Salvador, habiendo alentado y reforzado el deber de importunidad y perseverancia en la oración, procedió, en otro caso, a advertir contra un espíritu farisaico de justicia propia, al que se debe renunciar, y a recomendar la humildad y la auto- humillación, que debe tener un lugar en el corazón, si alguna vez encontramos aceptación de nuestras personas y oraciones: y dirigió este discurso a un grupo de personas, que tenían una gran confianza en sus propios méritos, e hicieron de este su gran ruego ante Dios para ser aceptados, y que miraban con desprecio y desdén a los demás, como si no fueran dignos de ser comparados con ellos mismos o considerados por Dios.

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