¡Ay de los que ahora ríen! La maldición de nuestro Señor no es incompatible con los preceptos del apóstol que ordenan a los cristianos siempre regocijarse;y les da una absoluta aversión a toda reflexión seria. Las personas que continúan complaciéndose en esta clase de alegría, llorarán y lamentarán eternamente, cuando sean excluidas de las alegrías del cielo y desterradas para siempre de la presencia de Dios.

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