(1-11) Se logra así un resultado que la ley de Moisés no pudo lograr, pero que se logra en el evangelio. El cristiano está completamente libre de la ley del pecado y de la muerte, y de la condenación que conlleva. Pero lo es con la condición de que esta libertad sea para él una realidad, que realmente proceda del Espíritu de Cristo que mora en nosotros.

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