Sus mejillas son como un lecho de especias, como flores dulces: sus labios como lirios, goteando mirra de olor dulce.

Dos rasgos de su amado en la descripción que la Iglesia une en este versículo: las mejillas de Cristo y sus labios. Quizás por lo primero se pueda entender las bellezas de su Persona; y por este último, la bienaventuranza de lo que entregó. Y para aquellos que han visto al Rey en su hermosura y escuchado las palabras llenas de gracia que salen de su boca, nada puede exponer más asombrosamente la Persona y los oficios del Señor Jesús.

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