El Salmo comienza con la visión de un alma que anhela el gozo y la comunión con Dios en Cristo. Y las imágenes más vivas se utilizan para denotar la sed insaciable y los deseos vehementes de un alma tan ferviente de Dios. El ciervo está bellamente escogido para representar a esta alma que, después de ser perseguida por las persecuciones de Satanás y del mundo, solo mira a Jesús en busca de esos arroyos vivientes que alegran la ciudad de Dios. Lector, mientras leemos estas palabras, sería bueno preguntarnos si nuestra experiencia tiene una correspondencia.

Continúa después de la publicidad
Continúa después de la publicidad