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Su boca está llena de maldición, engaño y fraude; debajo de su lengua hay vejación e iniquidad.
             
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Pone emboscadas a las aldeas; en los escondrijos mata a los inocentes; sus ojos vigilan a los desdichados.
             
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Acecha desde un escondite, como el león desde la espesura. Acecha para arrebatar al pobre; arrebata al pobre atrayéndolo a su red.
             
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Se agacha, lo aplasta; y en sus fuertes garras caen los desdichados.
             
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Dice en su corazón: “Dios se ha olvidado. Ha ocultado su rostro; nunca lo verá”.
             
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¡Levántate, oh SEÑOR Dios; alza tu mano! No te olvides de los pobres.
             
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¿Por qué desprecia el impío a Dios? En su corazón piensa que tú no lo llamarás a cuenta.
             
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Ciertamente tú ves la vejación y la provocación; las miras para dar la recompensa. A tus manos se acoge el desdichado; tú eres el amparo del huérfano.
             
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Quebranta el brazo del impío y del malo; castígalos por su perversidad hasta que desistan de ella.
             
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¡El SEÑOR es Rey para siempre! De su tierra desaparecerán las naciones.
             
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El deseo de los humildes escuchas, oh SEÑOR; tú dispones su corazón y tienes atento tu oído
             
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para juzgar al huérfano y al oprimido, a fin de que el hombre de la tierra no vuelva más a hacer violencia. 
             
            
    
    
    
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