Y todos los siervos del rey que estaban en la puerta del rey se inclinaron y reverenciaron a Amán, porque el rey así lo había ordenado. Pero Mardoqueo no se inclinó, ni le hizo reverencia.

Todos los siervos del rey que estaban a la puerta del rey se inclinaron y reverenciaron a Amán. A las grandes mansiones de Oriente se entra por un amplio vestíbulo o puerta, a cuyos lados se sientan los visitantes, que son recibidos por el dueño de la casa; porque nadie, excepto los parientes más cercanos o los amigos especiales, es admitido más allá. Allí los oficiales del antiguo rey de Persia esperaban hasta ser llamados, y hacían reverencia al todopoderoso ministro del día.

Pero Mardoqueo no se inclinó, ni le hizo reverencia. [La Septuaginta tiene: ou prosekunei autoo, no se postró ante él (cf. Josefo, 'Antiquites', b. 11:, cap. 6:, sec. 5)]. El obsequioso homenaje de la postración, no del todo ajeno a las costumbres de Oriente, no había sido reclamado por anteriores visires; pero este súbdito exigía que todos los funcionarios subordinados de la corte se inclinaran ante él con el rostro hacia la tierra.

Pero a Mardoqueo le pareció que tal actitud de profunda reverencia sólo era debida a Dios. El hecho de que Amán fuera amalecita, de una raza condenada y maldita, era, sin duda, otro elemento en la negativa; y al saber que el recusante era un judío, cuya inconformidad se basaba en escrúpulos religiosos, la magnitud de la afrenta parecía tanto mayor, cuanto que el ejemplo de Mardoqueo sería imitado por todos sus compatriotas. Si el homenaje hubiera sido una simple muestra de respeto civil, Mardoqueo no lo habría rechazado; pero los reyes persas exigían una especie de adoración que, como es bien sabido, hasta los griegos consideraban degradante expresar; y como Jerjes, en el colmo de su favoritismo, había ordenado que se le rindieran los mismos honores al ministro que a él mismo, éste fue el motivo de la negativa de Mardoqueo.

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