Marco 12:1-44

1 Entonces comenzó a hablarles en parábolas: — Un hombre plantó una viña. La rodeó con una cerca, cavó un lagar, edificó una torre, la arrendó a unos labradores y se fue lejos.

2 A su debido tiempo envió un siervo a los labradores para recibir de los labradores una parte del fruto de la viña.

3 Pero ellos lo tomaron, lo hirieron y lo enviaron con las manos vacías.

4 Volvió a enviarles otro siervo, pero a ese lo hirieron en la cabeza y lo afrentaron.

5 Y envió otro, y a este lo mataron. Envió a muchos otros, pero ellos herían a unos y mataban a otros.

6 »Teniendo todavía un hijo suyo amado, por último, también lo envió a ellos diciendo: “Tendrán respeto a mi hijo”.

7 Pero aquellos labradores dijeron entre sí: “Este es el heredero. Vengan, matémosle, y la heredad será nuestra”.

8 Y lo prendieron, lo mataron y lo echaron fuera de la viña.

9 »¿Qué, pues, hará el señor de la viña? Vendrá, destruirá a los labradores y les dará la viña a otros.

10 ¿No han leído esta Escritura: La piedra que desecharon los edificadores, esta fue hecha cabeza de ángulo.

11 De parte del Señor sucedió esto, y es maravilloso en nuestros ojos?.

12 Ellos procuraban prenderle, pero temían a la multitud porque sabían que en aquella parábola se había referido a ellos. Y dejándole, se fueron.

13 Entonces enviaron a él algunos de los fariseos y de los herodianos para que lo sorprendieran en alguna palabra.

14 Y viniendo le dijeron: — Maestro, sabemos que eres hombre de verdad y que no te cuidas de nadie porque no miras la apariencia de los hombres, sino que con verdad enseñas el camino de Dios. ¿Es lícito dar tributo al César o no? ¿Daremos o no daremos?

15 Entonces él, como entendió la hipocresía de ellos, les dijo: — ¿Por qué me prueban? Tráiganme una moneda romana para que la vea.

16 Se la trajeron, y él les dijo: — ¿De quién es esta imagen y esta inscripción? Le dijeron: — Del César.

17 Entonces Jesús les dijo: — Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios. Y se maravillaban de él.

18 Entonces vinieron a él unos saduceos, quienes dicen que no hay resurrección, y le preguntaron diciendo:

19 — Maestro, Moisés nos escribió que si el hermano de alguno muere y deja mujer y no deja hijos, su hermano tome la mujer y levante descendencia a su hermano.

20 Había siete hermanos. El primero tomó mujer, y murió sin dejar descendencia.

21 La tomó el segundo y murió sin dejar descendencia. El tercero, de la misma manera.

22 Así los siete no dejaron descendencia. Después de todos, murió también la mujer.

23 En la resurrección, cuando resuciten, puesto que los siete la tuvieron por mujer, ¿de cuál de ellos será mujer?

24 Entonces Jesús les dijo: — ¿No es por esto que están equivocados, porque no conocen las Escrituras ni tampoco el poder de Dios?

25 Porque cuando resuciten de entre los muertos no se casarán ni se darán en casamiento sino que son como los ángeles que están en los cielos.

26 Y con respecto a si resucitan los muertos, ¿no han leído en el libro de Moisés, cómo le habló Dios desde la zarza diciendo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob?.

27 Dios no es Dios de muertos sino de vivos. Ustedes se equivocan mucho.

28 Se le acercó uno de los escribas al oírlos discutir y, dándose cuenta de que Jesús había respondido bien, le preguntó: — ¿Cuál es el primer mandamiento de todos?

29 Jesús le respondió: — El primero es: Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios, el Señor uno es.

30 Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas.

31 El segundo es este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que estos dos.

32 Entonces el escriba le dijo: — Bien, Maestro. Has dicho la verdad: Dios es uno, y no hay otro aparte de él,

33 y amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo, vale más que todos los holocaustos y sacrificios.

34 Y viendo Jesús que había respondido sabiamente, le dijo: — No estás lejos del reino de Dios. Ya nadie se atrevía a hacerle más preguntas.

35 Mientras estaba enseñando en el templo, Jesús respondiendo decía: — ¿Cómo es que dicen los escribas que el Cristo es hijo de David?

36 David mismo dijo mediante el Espíritu Santo: Dijo el Señor a mi Señor: “Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies”.

37 David mismo le llama “Señor”; ¿cómo es, pues, su hijo? Y la gran multitud lo escuchaba con gusto.

38 Y en su enseñanza decía: — Guárdense de los escribas, a quienes les gusta andar con ropas largas, que aman las salutaciones en las plazas,

39 las primeras sillas en las sinagogas y los primeros asientos en los banquetes.

40 Estos, que devoran las casas de las viudas y como pretexto hacen largas oraciones, recibirán mayor condenación.

41 Estando Jesús sentado frente al arca del tesoro, observaba cómo el pueblo echaba dinero en el arca. Muchos ricos echaban mucho,

42 y una viuda pobre vino y echó dos monedas pequeñas de poco valor.

43 Él llamó a sus discípulos y les dijo: — De cierto les digo que esta viuda pobre echó más que todos los que echaron en el arca.

44 Porque todos han echado de su abundancia; pero esta, de su pobreza, echó todo lo que tenía, todo su sustento.

LA PARABOLA DE LOS LABRADORES MALVADOS. (Pasajes paralelos, Mateo 21:33; Lucas 20:9). Para su exposición, véase el comentario sobre Mateo 21:33.

13-40. LAS EMBROLLADORAS PREGUNTAS TOCANTE AL TRIBUTO, LA RESURRECCION Y EL GRANDE MANDAMIENTO, CON LAS RESPUESTAS—CRISTO FRUSTRA A LOS FARISEOS HACIENDO UNA PREGUNTA ACERCA DE DAVID, Y DENUNCIA A LOS SADUCEOS. (Pasajes paralelos, Mateo 22:15; Lucas 20:20). La fecha de esta sección parece ser todavía el tercer día de la última semana de Jesús, o sea el martes. Mateo introduce el tema diciendo (Lucas 22:15); “Entonces, idos los Fariseos, consultaron cómo le tomarían en alguna palabra”.

13. Y envían a él algunos de los Fariseos—“los discípulos de ellos”, dice Mateo (Lucas 22:16); probablemente escolares jóvenes y celosos que asistían a aquella escuela que endurecía los corazones.—y de los Herodianos—Véase la nota sobre Mateo 22:16. En Lucas (Mateo 20:20) estos instrumentos dóciles se llaman “espías que se simulasen, justos, para sorprenderle en palabras, para que le entregasen al principado y a la potestad del presidente”. Su propósito, pues, era enredarle en alguna expresión que pudiera ser interpretada como deslealtad al gobierno romano: ya que los fariseos mismos estaban notoriamente descontentos bajo el yugo romano.

El Tributo a César (vv. 14-17).

14. Y viniendo ellos, le dicen: Maestro, sabemos que eres hombre de verdad, y que no te cuidas de nadie; porque no miras a la apariencia de hombres, antes con verdad enseñas el camino de Dios—Por medio de esta adulación, aunque no dijeron sino la verdad, esperaban tomarlo desprevenido. ¿Es lícito dar tributo a César, o no? ¿Daremos, o no daremos?—Se refería al impuesto pagado por todos los que estaban inscriptos en el “censo”. Véase el comentario sobre Mateo 17:25.

15. Entonces él, como entendía la hipocresía de ellos—“La malicia de ellos”, dice Mateo 22:18; “la astucia de ellos”, Lucas 20:23. La malignidad que había en sus corazones se transformó en astucia al fingir lo que no sentían: el deseo ansioso de ser guiados correctamente en un asunto que, a una minoría escrupulosa, parecería ser una cuestión algo difícil. Comprendiendo esto perfectamente, les dijo: ¿Por qué me tentáis?—“hipócritas”, añade Mateo (Lucas 22:18)—Traedme la moneda para que la vea—o “la moneda del tributo” (Mateo 22:19).

16. Y ellos se la trajeron y les dice: ¿Cúya es esta imagen—estampada en la moneda—y esta inscripción?—las palabras alrededor de la moneda en el anverso. Y ellos le dijeron: De César. 17. Y respondiendo Jesús, les dijo: Dad lo que es de César a César—Hablando en esta forma general, era imposible que la misma sedición lo refutara; sin embargo, así deshizo la trampa que ellos le habían puesto—y lo que es de Dios, a Dios—¡Cuánta verdad encierra esta añadidura profunda, que a ellos fue sorprendente, y cuán incomparable por su perfección, brevedad, claridad e importancia! Y se maravillaron de ello—Lucas (Mateo 20:26) dice: “maravillados de su respuesta, callaron” “y dejándole se fueron” (Mateo 22:22).

La Resurrección (vv. 18-27).

18. Entonces vienen a él los Saduceos, que dicen que no hay resurrección—“ni ángel, ni espíritu” (Hechos 23:8). Eran materialistas. Véase el comentario sobre Hechos 23:7. y le preguntaron, diciendo:

19-22. Maestro, Moisés nos escribió—(Véase Deuteronomio 25:5)—que si el hermano de alguno muriese, y dejase mujer, etc.… Y la tomaron los siete, y tampoco dejaron simiente: a la postre murió también la mujer. 23. En la resurrección, pues, cuando resucitaren … 24. ¿No erráis por eso, porque no sabéis las Escrituras—con respecto al estado futuro del alma—ni la potencia de Dios?—ante la cual mil dificultades semejantes desaparecen.

25. Porque cuando resucitarán de los muertos, ni se casarán, ni serán dados en casamiento—“no pueden ya más morir” (Lucas 20:36). El matrimonio fué ordenado para perpetuar la familia humana; pero como no habrá más separación por causa de la muerte en el estado futuro, esta ordenanza cesará—mas son como los ángeles que están en los cielos—En Lucas se dice que “son iguales a los ángeles”; pero como el tema que se trata aquí es el de la muerte y la resurrección, no se nos garantiza que podamos extender esta igualdad más allá de este único punto: la inmortalidad de su naturaleza. Una cláusula hermosa es agregada por Lucas: “y son hijos de Dios”, no con respecto al carácter, del cual no se habla aquí, sino de la naturaleza; “porque son hijos de la resurrección”, es decir puesto que resucitarán a una existencia incorruptible (Romanos 8:21, Romanos 8:23), y así serán hijos de la inmortalidad de su Padre (1 Timoteo 6:16).

26. Y de que los muertos hayan de resucitar, ¿no habéis leído en el libro de Moisés—“aun Moisés” (Lucas 20:37), a quien ellos acaban de citar con miras de enredar a Jesús—cómo le habló en la zarza—“junto a la zarza”, como la misma expresión se traduce en Lucas 20:37, es decir, cuando él estaba allí: o “en la sección de su historia acerca de la zarza”. La estructura de nuestro versículo sugiere este sentido, el cual no es raro. diciendo [Éxodo 3:6]: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob?

27. No es Dios de muertos, mas Dios de vivos—“Dios no es (Dios) de personas muertas, mas es (Dios) de personas vivas”; así se halla en algunos textos y versiones. La palabra en paréntesis casi seguramente es una añadidura al texto genuino, y es rechazada por los editores críticos. “Porque todos viven a él” añade (Lucas 20:38), es decir, “a la vista de él”, o “en la estimación de él”. Esta última frase que se halla sólo en Lucas, aunque no añade nada al argumento es importante como ilustración adicional. Es verdad que para Dios ningún ser humano está muerto y nunca estará muerto, sino que todos mantienen una relación consciente y permanente con él; pero el término “todos” aquí se refiere a todos los que son “tenidos por dignos de aquel siglo (Lucas 20:35)”. Estos sostienen una relación favorable, según el pacto entre ellos y Dios, la cual no puede ser disuelta. (Compárese con Romanos 6:10). En este sentido, afirma nuestro Señor, que sería indigno de Dios que Moisés lo llamara el “Dios” de los patriarcas si en aquel momento éstos no tuvieran existencia. “Dios se avergonzaría de llamarse Dios de ellos: si no les hubiera aparejado ciudad” (Hebreos 11:16). Algunos de los primeros “padres” concluyeron que Jesús usó este pasaje para probar la resurrección, en vez de citar algunos otros testimonios más caros del Antiguo Testamento, porque se dirigía a los saduceos, y ellos no reconocían la autoridad de ningún otro libro del Antiguo Testamento aparte del Pentateuco; y esta opinión se ha mantenido firme sobre esta base hasta ahora. Pero así como no hay fundamento para esta opinión en el Nuevo Testamento, así Josefo no la menciona tampoco, y sólo dice que ellos rechazaban la tradición farisaica. Como el Pentateuco era considerado por todas las clases como la fuente fundamental de la religión hebrea, y todos los libros siguientes del Antiguo Testamento eran considerados como desarrollos de aquél, nuestro Señor quiso mostrar que aun allí fué enseñada la doctrina de la resurrección. Y por más razón nuestro Señor elige este pasaje, no porque haga una proclamación sencilla de la doctrina en cuestión, sino porque expresa la gloriosa verdad de la cual surge la resurrección. “Y oyendo esto las gentes, estaban atónitas de su doctrina” (Mateo 22:33). Lucas (Mateo 20:39) agrega: “Y respondiéndole unos de los escribas, dijeron: Maestro, bien has dicho”, regocijándose de la victoria de Jesús sobre los saduceos. “Y no osaron más preguntarle algo”: ni un partido ni el otro pues los dos por un tiempo estaban derrotados.

El Grande Mandamiento (vv. 28-34). “Entonces los Fariseos, oyendo que había cerrado la boca a los Saduceos, se juntaron a una” (Mateo 22:34).

28. Y llegándose uno de los escribas—“intérprete de la ley”, dice Mateo (Mateo 22:35); es decir, maestro de la ley—que los había oído disputar, y sabía que les había respondido bien, le preguntó—manifiestamente no con el mal espíritu. Cuando Mateo, pues, dice que este hombre vino “tentando” o “probando” a Jesús, como si él fuera uno del partido farisaico que parecía gozarse en la derrota que le había visto dar a los saduceos, podemos suponer que aunque se preciaba algo de su profundo conocimiento de la ley, y estaba dispuesto a medir su conocimiento con Uno en quien todavía no había llegado a creer, sin embargo, era un disputante sincero y leal. ¿Cuál es el primer mandamiento de todos?—El primero en importancia; es decir, el mandamiento principal, el más fundamental. Esta era una cuestión que, junto con otras, dividía a los maestros judíos en dos escuelas rivales. La respuesta de nuestro Señor fué pronunciada en un tono respetuoso muy diferente del que usó al dirigirse á los que trataron de enredarle observando siempre su propio mandato: “No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los puercos; porque no los rehuellen con sus pies, y vuelvan y os despedacen” (Mateo 7:6).

29. Y Jesús le respondió: El primer mandamiento de todos es—Las lecciones de los manuscritos varían considerablemente entre sí. Tischendof y Tregelles leen simplemente: “el primero es”: y Meyer y Alford son de la misma opinión. Aunque la autoridad a favor de la forma exacta del texto “recibido” es débil una forma casi idéntica con ella parece tener el mayor peso de autoridad. Nuestro Señor aquí da su sanción explícita a la distinción entre mandamientos que son de un carácter más fundamental y primario, y mandamientos de una naturaleza más dependiente y subordinada distinción de la cual se afirma confidentemente por cierta clase de eruditos, los judíos nada sabían de esta distinción, que nuestro Señor y los apóstoles en ninguna parte establecen, y que ha sido inventada por teólogos cristianos. (Cf. Mateo 23:23). Oye, Israel, el Señor nuestro Dios, el Señor uno es—Esta frase todo judío devoto la recita dos veces al día aun hasta el día de hoy: continuando así la antigua protesta nacional contra el panteísmo y el politeísmo del mundo pagano. Dicha frase es la gran expresión de la fe nacional en un Dios Vivo y Personal, ¡Un Jehová!

30. Amarás pues—Aquí tenemos el lenguaje de la ley expresivo de los derechos de Dios. ¿Qué pues estamos obligados aquí a hacer? Una sola palabra lo expresa. Y ¡qué palabra! Si la esencia de la ley hubiera consistido en hechos, habria sido imposible expresarla en una palabra; porque ningún hecho solo abarcaría todos los demás hechos incluídos en la ley. Pero como consiste en un afecto del alma, una palabra basta para expresarla. El temor, aunque se debe a Dios y es ordenado por él, es limitado en su esfera y distante en su carácter. La confianza, la esperanza y otras virtudes semejantes, aunque son rasgos esenciales del correcto estado del corazón para con Dios, son llamados a ejercicio sólo por la necesidad personal, y por lo tanto, aunque en un sentido recto, son propiamente afectos egoístas; es decir, tienen que ver con nuestro propio bienestar. Pero el AMOR todo lo incluye, abarcando no sólo todo otro afecto propio al objeto de su amor, sino todo aquello que es propio para ser hecho al objeto; porque así como el amor busca espontáneamente agradar a su objeto así, en las relaciones de los hombres para con Dios, el amor es la fuente natural de la obediencia voluntaria. Este es además, el más personal de todos los afectos. Uno puede temer un acontecimiento; uno puede tener esperanza en un acontecimiento; uno puede gozarse en un acontecimiento; mas uno puede amar sólo a una Persona. El amor es el más tierno, el más desinteresado, el más divino de todos los afectos. Tal, pues, es el afecto en que se declara que consiste la esencia de la ley divina. Llegamos ahora al Objeto glorioso de aquel afecto: “Amarás al Señor tu Dios—es decir, a Jehová, el Ser Auto-existente, el que se ha revelado como el “YO SOY”, y que fuera de él no hay “más”; quien, aunque por su nombre Jehová, aparentemente está a una distancia inaccesible de sus criaturas finitas, sin embargo sostiene contigo una relación real y definida, de la cual nace el derecho de él y el deber tuyo de amar. Pero ¿con qué hemos de amarle? Se mencionan cuatro cosas. Primero, de todo tu corazón—Este término algunas veces se usa con referencia a todo el hombre interior (como en Proverbios 4:23); pero éste no puede ser el sentido aquí, porque entonces los otros tres particulares serían superfluos. Muy frecuentemente se usa para significar “nuestra naturaleza emocional”, el asiento del sentimiento como distinto de nuestra naturaleza intelectual, o el asiento del pensamiento llamado comúnmente “la mente” (como en Filipenses 4:7). Pero tampoco puede ser éste el sentido aquí, porque el corazón se distingue de la “mente” o “razón”, y del “alma”. El “corazón”, entonces, tendrá que querer decir la sinceridad tanto de los pensamientos como de los sentimientos, como contrario al afecto hipocrítico o dividido. Segundo, y de toda tu alma—Esto es propuesto para obligar a nuestra naturaleza emocional a amarle. Es decir, “tendrás que poner sentimiento y calor en tu afecto”. Tercero, y de toda tu mente—Esto obliga a nuestra naturaleza intelectual: “Tendrás que poner inteligencia en tu afecto, en oposición a una devoción ciega, o a un mero fanatismo”. Cuarto, y de todas tus fuerzas—Esto obliga a nuestras energías: “Tendrás que poner intensidad en tu afecto”. “Hazlo según tus fuerzas” (Eclesiastés 9:10). Si unimos estas cuatro cosas, el mandamiento de la ley será: “Amarás al Señor tu Dios con todas tus facultades: con un amor sincero, ardiente, inteligente, enérgico”. Pero esto no es todo lo que exige la ley. Dios quiere tener todas estas cualidades en operación perfecta, “Amarás al Señor tu Dios”, dice la ley, “de todo tu corazón”, o con sinceridad perfecta, “Amarás al Señor tu Dios de toda tu alma”, o con un fervor sumo. “Amarás al Señor tu Dios de toda tu mente”, o en el pleno ejercicio de una razón iluminada. Y “amarás el Señor tu Dios de todas tus fuerzas”, o con toda la energía de tu ser. Esto en cuanto al Primer Mandamiento.

31. Y el segundo es semejante a él—“semejante a éste”, dice Mateo (Eclesiastés 22:39), pero el original de Marcos sólo dice: “es semejante”. “Semejante” en exigir el mismo afecto, y sólo la extensión de él en su medida propia, a las criaturas de aquél a quien así amamos, o sea nuestros hermanos que participan de nuestra misma naturaleza, y nuestros vecinos, quienes están unidos con pendientes unos de otros, y necesarios unos a otros. Amarás a tu prójimo como a ti mismo—Ahora pues, como no debemos amarnos a nosotros mismos supremamente, esto es virtualmente un mandamiento, en primer lugar, para que no amemos a nuestros prójimos con todo nuestro corazón y alma y mente y fuerzas. Y así este mandamiento viene a ser una condenación de la idolatría de la criatura. Nuestro afecto supremo ha de ser reservado para Dios. Pero tan sinceramente como nos amamos a nosotros mismos hemos de amar a todas los seres humanos, y con la misma prontitud a obrar y sufrir por ellos como razonablemente esperaríamos que ellos lo hicieran por nosotros. La regla de oro (Mateo 7:12) es aquí nuestro mejor intérprete de la naturaleza y medida de estas pretensiones. No hay otro mandamiento mayor que éstos—o como en Mateo (Mateo 22:40): “De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas” (Véase el comentario sobre Mateo 5:17). Es como si él hubiera dicho: “Esta es toda la Escritura encerrada en una cáscara de nuez; o toda la ley de deberes humanos en forma portátil, o tamaño de bolsillo”. En efecto, es tan sencilla que un niño puede entenderla; tan breve que todos pueden recordarla; tan comprensiva como para abarcar todos los casos posibles. Y por su naturaleza misma, es inmutable. Es inconcebible que Dios pidiese a sus criaturas razonables algo menos, o, en sustancia, algo más, bajo ninguna dispensación, en ningún otro mundo ni en ningún otro período al través de los años. No puede pedir sino esto, en su totalidad, en el cielo, en la tierra o en el infierno. ¡Y este resumen incomparable de la ley divina estaba incluído en la religión judaica! Así como resplandece en su propio esplendor, asimismo revela su origen verdadero. La religión por medio de la cual el mundo ha recibido esta ley no podría ser otra sino una religión dada por Dios.

32. Entonces el escriba le dijo: Bien, Maestro, verdad has dicho, que uno es Dios, y no hay otro fuera de él—El texto genuino aquí parece claramente haber sido: “Hay uno”, sin la palabra “Dios”; y así casi todos los editores y expositores críticos lo leen.

33. Y que amarle de todo corazón, y de todo entendimiento, y de toda el alma, y de todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, más es que todos los holocaustos y sacrificios—es decir, más que todas las instituciones positivas; mostrando, por lo tanto una comprensión de la diferencia esencial que existe entre lo que es moral y en su propia naturaleza inmutable, y lo que es obligatorio sólo porque es mandado y lo es sólo mientras sea mandado.

34. Jesús entonces, viendo que había respondido sabiamente—más bien, “inteligentemente”, o “razonablemente”; no sólo en buen espíritu, sino con cierta medida alentadora de comprensión en las cosas espirituales—le dice: No estás lejos del reino de Dios—porque sólo tenía que ir un poco más adelante de lo que parecía sinceramente poseer, para hallar el camino que conduce al reino. Sólo le hacía falta la experiencia de otro escriba eminente que en un período posterior dijo: “Sabemos que la ley es espiritual, mas yo soy carnal, vendido a sujeción del pecado”; y quien gritó: “¡Miserable hombre de mí! ¿quién me librará del cuerpo de esta muerte?”, mas al fin agregó: “¡Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro!” (Romanos 7:14, Romanos 7:24). Tal vez este noble escriba se hallaba entre la gran multitud de sacerdotes y otros eclesiásticos judíos que obedecieron a la fe, casi inmediatamente después de Pentecostés (Hechos 6:7). Aunque, a pesar de que estaba cerca del reino de Dios, puede ser que nunca haya entrado. Y ya ninguno osaba preguntarle—dándose cuenta todos de que no eran contrincantes competentes contra él, y de que sería en balde entablar una lucha con él.

Cristo Frustra a los Fariseos en una Cuestión Acerca de David (vv. 35-37).

35. Y respondiendo Jesús decía, enseñando en el templo—y “estando juntos los Fariseos” (Mateo 22:41)—¿Cómo dicen los escribas que el Cristo es hijo de David?—Es decir. ¿Cómo es que ellos dicen que el Mesías ha de ser el hijo de David? En Mateo, Jesús les pregunta: “¿Qué os parece del Cristo?” o ¿del Mesías prometido y esperado? “¿De quién es Hijo? Dícenle: De David”. El sentido es el mismo. “El les dice: ¿Pues cómo David en Espíritu le llama Señor …” (Mateo 22:42).

36. Porque el mismo David dijo por el Espíritu Santo [Salmo 110:1]; Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga tus enemigos por estrado de tus pies. 37. Luego llamándole el mismo David Señor, ¿de dónde, pues, es su hijo?—No hay sino una solución a esta dificultad: El Mesías es a la vez inferior a David, como su hijo según la carne, y superior a él como Señor de un reino del cual David mismo es un súbdito, no el soberano. Las naturalezas divina y humana de Cristo, y la espiritualidad de su reino, perteneciendo al cual los soberanos más encumbrados son honrados, si son contados dignos de ser sus súbditos, proveen la única clave a este enigma. Y los que eran del común del pueblo—refiriéndose a la inmensa muchedumbre—le oían de buena gana—“Y nadie le podía responder palabra; ni osó alguno desde aquel día preguntarle más” (Mateo 22:46).

Los Escribas Denunciados (vv. 38-40).

38. Y les decía en su doctrina—más bien, “en su enseñanza”; dando a entender que ésta no era sino una muestra de un discurso extenso, que Mateo da más completo (cap. 23). (Lucas 20:45) dice: “oyéndole todo el pueblo, dijo a sus discípulos”—Guardaos de los escribas, que quieren—o les gusta—andar con ropas largas—(Véase el comentario sobre Mateo 23:5)—y aman las salutaciones en las plazas, 39. y las primeras sillas en las sinagogas, y los primeros asientos en las cenas—Véanse los comentarios tocante a este anhelo de recibir distinciones en Lucas 14:7 y en Mateo 6:5.

40. Que devoran las casas de las viudas, y por pretexto hacen largas oraciones. Estos recibirán mayor juicio—Se valen de la condición indefensa y el carácter confiado de ellas para posesionarse de sus propiedades, mientras que por sus “largas oraciones” les hacían creer que ellos no podían ser seducidos por las “torpes ganancias”. Por esto les esperaba tanto “mayor condenación”. (Compárese con Mateo 23:33). Esta es una descripción al natural del clero romanista, quienes son los verdaderos sucesores de “los escribas”.

41-44. LAS DOS BLANCAS DE LA VIUDA. (Pasaje paralelo, Lucas 21:1). Para su exposición, véase el comentario sobre Lucas 21:1.

Continúa después de la publicidad