¿Quién no admira, en este segundo discurso de San Pedro, así como en el primero, la prudencia y discreción con que culpa a los judíos? Les reprocha, pero con tanta dulzura, que no los ofende, y les dispensa verdades en proporción a su capacidad para soportarlas; siguiendo el ejemplo de su maestro y Salvador, endulza la amargura de la verdad, proporcionándoles una excusa. Pecaron por ignorancia. (Calmet)

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